El artista había permanecido ingresado en un hospital días atrás por una cirrosis, pero el domingo había recibido el alta médica. Sobre las 8.00 del día siguiente sufrió un ataque al corazón en su casa familiar de la colonia popular Miguel Alemán. El también pintor se había mudado a este barrio desde su pueblito natal, Teococuilco de Marcos Pérez, en la sierra, para abrir un centro cultural que acercase el arte a los más necesitados.
La casa de Santiago estaba el lunes abarrotada de gente que había ido a darle el último adiós. Por la tarde ya habían desfilado por allí más de 500 personas. Su fallecimiento coincidió con el primer día de las coloridas fiestas oaxaqueñas, La Guelaguetza, un evento muy esperado por el artista. “Era de los pocos que trabajaban el arte en la sociedad, en las sociedades invisibles”, recuerda Lucio Santiago, de 26 años. El joven será el encargado de acabar algunos de los proyectos en los que andaba su padre, como las esculturas de los diableros de la central de abastos de su ciudad, los encargados de montar y recoger los puestos ambulantes. Retrataba sus sombras en papel con la caída del sol.
El artista, que deja a otra hija de 11 años, mantenía una gran relación con el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, el primer centro que expuso su obra de los inmigrantes en febrero de 2006. “Es uno de los artistas oaxaqueños más reconocidos. Su obra es conocida en todo el mundo. Con nosotros siempre colaboró, y tenemos pinturas y obra gráfica suya ahora mismo expuesta”, cuenta Cecilia Minguert, directora de MACO, quien destaca que Santiago realizó instalaciones en París, Berlín, Londres y algunas ciudades japonesas.
Juan Monterrosa, el que fuera representante de Santiago durante los últimos nueve años, no puede evitar llamarlo maestro. “Estaba muy contento estos días con las fiestas. Aquí se le quería mucho por los trabajos sociales y la voz que le había dado a los más pobres de su querida Oaxaca”, cuenta. Estaba al tanto de las esculturas de los diableros que “el maestro” estaba elaborando con hierro, madera y vidrio, una obra que ahora tendrá que acabar su hijo mayor.
A Monterrosa le queda la tristeza de que el pintor no pueda seguir ayudando a tantos jóvenes oaxaqueños talentosos que querían iniciarse en el mundo del arte. Santiago había abierto también en otro barrio La Calera, una antigua fábrica de cal que convirtió en espacio cultural para exponer la obra de desconocidos.
En El Zopilote, un rancho que compró en el pueblito cercano de Suchilquitongo Etla, tenía su taller de cerámica. Ahí permanece la instalación de los indocumentados. También unos caballos y unos perros, Macario y El Queso, que esta noche no dejarán de ladrar por los cohetes que se lanzarán durante la Guelaguetza. “Queridos míos, disfrutad, estas fiestas también son vuestras como oaxaqueños que son”, les decía Santiago mientras les acariciaba el lomo. Esta vez no estará para calmarlos.El artista, que deja a otra hija de 11 años, mantenía una gran relación con el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, el primer centro que expuso su obra de los inmigrantes en febrero de 2006. “Es uno de los artistas oaxaqueños más reconocidos. Su obra es conocida en todo el mundo. Con nosotros siempre colaboró, y tenemos pinturas y obra gráfica suya ahora mismo expuesta”, cuenta Cecilia Minguert, directora de MACO, quien destaca que Santiago realizó instalaciones en París, Berlín, Londres y algunas ciudades japonesas.
Juan Monterrosa, el que fuera representante de Santiago durante los últimos nueve años, no puede evitar llamarlo maestro. “Estaba muy contento estos días con las fiestas. Aquí se le quería mucho por los trabajos sociales y la voz que le había dado a los más pobres de su querida Oaxaca”, cuenta. Estaba al tanto de las esculturas de los diableros que “el maestro” estaba elaborando con hierro, madera y vidrio, una obra que ahora tendrá que acabar su hijo mayor.
A Monterrosa le queda la tristeza de que el pintor no pueda seguir ayudando a tantos jóvenes oaxaqueños talentosos que querían iniciarse en el mundo del arte. Santiago había abierto también en otro barrio La Calera, una antigua fábrica de cal que convirtió en espacio cultural para exponer la obra de desconocidos.
(nota de Juan Diego Quesada en el sitio "el país".)
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