En febrero de 2010 conocí a B. Entre otras cosas, coincidíamos en que los dos éramos lectores y cinéfilos, fumábamos porro y él sentía una atracción por el cuero que yo incentivé. A él le gustaban las relaciones monogámicas y yo hasta el momento nunca había podido ser fiel, le dije que podía intentarlo y durante los pocos meses que duró nuestra relación no salí con nadie más. El, al igual que yo, era portador de VIH, pero hacía años que no se medicaba: prometió retomar el tratamiento. A pesar de que hacía pocos días que nos habíamos conocido, celebramos el Día de San Valentín y nos hicimos regalos. La relación anduvo bien hasta el día de mi cumpleaños, cuando hice una reunión. B reprobaba todos mis comentarios y no me sacaba la mirada de encima, me costaba disfrutar de la compañía de mis amigos; esa noche discutimos y él se fue llorando. No era la primera vez que un novio me arruinaba una noche especial. Al poco tiempo terminó todo. En febrero de 2011 conocí a C por el chat de Manhunt. En este caso privilegié las diferencias, porque de una sesión con mi psicoanalista salí pensando que tal vez mis relaciones fracasaban porque yo siempre buscaba un igual. C era encargado de edificio, muy hábil para pintar paredes y hacer arreglos en la casa (tareas que a mí nunca me salían bien), tenía la cabeza afeitada, no usaba barba, era menudo y no le gustaban las drogas. En su casa, como era una portería, yo no podía fumar porro. C también era portador de VIH, pero al igual que B no tomaba medicación desde hacía un par de años; prometió que retomaría el tratamiento. Ya en la segunda cita, C me contó que su deseo era casarse y tener hijos. Yo le expliqué que ni el casamiento ni la adopción estaban en mis planes y que prefería las relaciones abiertas, pero él insistió, me decía que me amaba, que respetaba mi punto de vista y que yo podía salir con quien quisiera. Yo no entendía por qué se empecinaba tanto en que fuéramos novios, si no íbamos a poder formar la familia que él anhelaba. Así y todo, la relación iba bien, festejamos San Valentín y pasamos con éxito el mes de mi cumpleaños. Pero al poco tiempo volví a meterme en el chat y recibí un mensaje de un tal D, en cuyo perfil encontré varias contradicciones; por ejemplo, en el ítem “cabello” decía “pelado” y en la foto lucía una espesa melena negra. Lo bauticé “el pelado de pelo largo” y chateaba con él por diversión. Tenía las mismas faltas de ortografía que C, y efectivamente resultó ser él psicopateándome desde el anonimato. Otra vez puse fin a la relación.
Hoy es San Valentín. Lo atribuyo a algo astrológico: todos los meses de febrero alguien se enamora de mí a primera vista. Este año decidí dejar pasar al amor de largo y seguir divirtiéndome con mis amigos sexuales; hace poco aprendí la palabra “fuckbuddies” y la agregué a mi perfil para ahuyentar a los casamenteros.
(La víspera de San Valentín yo conocí a Julio, que está enamorado desde años atrás de José, que siempre lo ha desairado aunque son muy amigos; me mostró su foto que trae y pasea en su móvil: es un hombre respetable de, le estimo, 65 años, que siempre le ha negado el culito. Por algo será. Esa tarde que nos conocimos, antes de salir del hotel, me dijo que entre él y yo la relación no pasaría a mayores pues vivimos -deduje-, en distintas y distantes ciudades. Luego de la aclaración, innecesaria, salimos al Bar El Ciervo Herido, que yo no conocía. Me maravilló la decoración con fotos enormes de María Félix y Pedro Armendáriz, que el barman fuese zacatecano y que nos ofreciera birria de carnero, arroz, frijoles y tortillas recalentadas. Me conmovió que Serrano y yo fuésemos a la planta alta del bar y ahí se pudiese fumar, aunque me aclaró que no fajáramos porque hay circuito cerrado de cámaras que checan en la planta baja y los parroquianos se ríen de lo hacen las parejas. Ya de nuevo en nuestro lugar, Julio fue a saludar a un exprofesor de secundaria que estaba por ahí cerca. Se acercó otro parroquiano y medio me empezó a fajar, yo me dejé pues no había tos con Julio Serrano, según me dijo antes de salir del hotel. De todos modos se molestó conmigo porque, supongo, lo puse en ridículo. Total que fuimos a otro lugar, semivacío, salimos y me dejó en la puerta de mi posada, se negó al beso de despedida porque yo ya había besado a otro; casado, además. El Día de los Enamorados no tuve nada que celebrar, ni se me ocurrió contarle el episodio al Kin ni a Gonzalo; de antemano sé que me dirían que eso me pasa por andar buscando fuera lo que tengo en casa, en abundancia. Nota "Noviazgos de San Valentín", de Pablo Pérez, tomada del suplemento "Soy", Página/12, Buenos Aires.)