sábado, 20 de junio de 2020

Uriel Martínez (1950 )


                                                                        foto: web




Fase 3 (parte 10)



1.
Mientras pasa la emergencia sanitaria surgida en Asía y de ahí extendida a otros países, he perdido amigos víctimas del Covid19 -llamado también Coronavirus y Sarcov2-, donde ha dejado un reguero de víctimas; también el encierro obligado me ha llevado a reabrir lecturas y autores leídos-descubiertos-evocados desde tiempo atrás unos y otros recientes. Desde un libro de oraciones con una plegaria a los muertos que de pronto llegan y se posesionan del entorno, de nuestros gestos y nuestra cotidianidad, hasta novelas de autores de Portugal, el sur de Estados Unidos o poetas de Perú, México, España, Polonia, Colombia y dos o tres etcéteras.

2.
También el enclaustramiento me ha llevado a momentos decisivos del pasado, a heridas abiertas y en aparente olvido, a revisar apuntes y bitácoras guardadas en un cajón del escritorio, archivos y gavetas que a veces es necesario desempolvar. He concebido formas de abrir una ventana, de reubicar espacios destinados a libros y lecturas; he instalado repisas para reordenar libros por temas y autores y me he propuesto un orden alfabético tan necesario al momento de ubicar poetas, antologías vivas y antologías póstumas (uno mismo es una selección póstuma, una esquela inútil, un curriculum muerto); soy una traducción pendiente a lenguas por venir, soy una traducción nunca formulada al esperanto, al latín, al idioma de sordomudos ni al lenguaje y escritura de los ciegos. En suma, a veces me concibo como una criatura de Ernesto Sábato, a un paisaje de Rulfo, Borges o Ribeyro o Arlt.

3.
En este encierro que a veces me pesa como Sísifo en una pendiente, he iniciado lecturas de libros que pronto me hastían y que hago a un lado, llámense como se llamen, apellídense como se apelliden. Todo sin sentimiento de culpa. Cierto: he salido a la calle por necesidades inmediatas pero he vuelto luego, he hecho amistades ficticias en las redes sociales, me he distanciado temporal o definitivamente de otras, me han bloqueado contactos inútiles, he dejado de seguir quimeras. Han tocado a mi timbre individuos sin remedio, me he negado a brindar hospedaje en mi día a día a sujetos tóxicos (yo mismo resulto tóxico para otros y a veces para mí mismo); me han espiado no desde otras galaxias sino desde mis aperos de comunicación; me han interceptado el número telefónico de casa, el móvil adquirido a plazos en Coppel, la PC conseguida a crédito en Compulogic, en las cartas que envié con acuse de recibo y que jamás llegaron al destinatario, a mis gritos de auxilio lanzados al fondo del pozo sediento, al eco que nunca fue replicado, a la oración no aprendida de niño, al pregón olvidado que aprendí de la abuela Patrocinio,a los ojos de agua del abuelo paterno, a los regaños de la maestra de primaria Eva, ya fallecida, a las primeras letras del colegio, del himno compuesto para una Patria inexistente, a las hazanas ficticias de los héroes patrios. Pero no el inter no he llorado, al fin y al cabo nací en una cárcel llamada cuerpo que al paso de los años se ha vuelto un trapo casi en desuso.

4.
Aunque no voy a maldecir mi suerte, es la vereda que escogí.


Dogville, junio de 2020

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