Lullaby
Mi madre es una experta en una cosa:
en mandar a la gente que ama al otro mundo.
A los más pequeños, a los bebés,
los mece, susurrando o cantando con voz queda. No sé
qué hizo con mi padre,
pero hiciera lo que hiciera, fue lo mejor, estoy segura.
En realidad, es lo mismo ayudar a una persona
a dormir que a morir. Las nanas dicen
no tengas miedo, parafraseando los latidos
del corazón de la madre.
Así los vivos lentamente se serenan: sólo
los que van a morir son incapaces, se resisten.
Los moribundos son como peonzas, giroscopios:
ruedan tan rápido que parecen quietos.
Después salen volando: mecida por mi madre
mi hermana era una nube de átomos, partículas, y ésa es
la diferencia:
cuando un niño duerme, aún está entero.
Mi madre ha visto la muerte; por eso no habla nunca
de la integridad del alma. Ha sostenido en brazos
a un bebé, a un viejo, mientras la oscuridad los envolvía,
solidificándose, hasta convertirse en tierra.
El alma es como el resto de cosas materiales:
¿por qué tendría que mantenerse intacta, fiel a su forma,
si puede ser libre?
("el establo de pegaso", trad. abraham gragera)
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