Aunque ya había terminado
la canícula, el martes te dormiste
en un abrir y cerrar de ojos:
duermes como bebé,
en raptos tenues de suspiros.
El jueves te quedabas viéndome
por encima de los bifocales,
como esas aves de rapiña
que calculan el momento.
El sábado cargabas al chico
que procreaste como cachorro
de pelaje suave y brillante,
como el padre que esculpe su imagen.
El domingo vi que entrabas
a recintos con olor a uvas
maceradas, iluminados con ceras
orientales, con efebos de ojos como alfanjes.
1 comentario:
Agua que mana en los lavaderos de la vida, en los lavaderos de la muerte...
Cálido poema ardiendo en el recoldo del verano.
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