jueves, 14 de junio de 2012

FCH: diez mil muertos/ año

Améxica no es sólo un juego de palabras. Mexica es el pueblo azteca de lengua náhuatl que emigró al sur para levantar su gran ciudad de Tenochtitlán -hoy Ciudad de México- y fundar el gran imperio. El movimiento chicano en los EE.UU. resucitó en los años 60 la noción de una tierra madre de los mexicas, Aztlán, basada, como la frontera actual, en la dualidad y en la oposición de complementarios.

“He sido reportero de guerra en muchos campos de batalla”, confiesa el autor en el prólogo, “pero en ninguna parte la violencia ha sido tan extraña ni tan abrumadoramente coercitiva ni ha provocado tanta repugnancia como a lo largo de esta frontera”.
Cuando, hace dos años, vio la luz en inglés el último libro de Ed Vulliamy (1954), veterano corresponsal británico con larga experiencia en los Balcanes y en Irak, el londinense The Times lo incluyó -con Gomorra, de Roberto Saviano, y McMafia, de Misha Glenny- entre los tres mejores trabajos publicados hasta entonces sobre la criminalidad global. “Vulliamy escribe como un moderno Graham Greene”, destacó The New York Review of Books.
La primera edición en castellano corrige las numerosas erratas de traducción de términos españoles al inglés y, en un prefacio de once páginas, actualiza los datos principales de “la primera y prototípica guerra de nuestra sociedad hipermaterialista y agresiva”. “Es la primera verdadera guerra del siglo XXI porque, en última instancia, es una lucha que se libra por nada”, añade el autor, mucho mejor reportero que analista, tras dos viajes a lo largo de toda la frontera en 2008 y 2009, numerosas entrevistas y una minuciosa lectura de la bibliografía más importante sobre el tema, que recoge al final del libro.
“Se libra en una época en que el hipermaterialismo beligerante es una ideología en sí mismo, cuyos representantes principales dirigen sus empresas o bancos con el único credo de la codicia personal”.
Tras un primer capítulo sobre el origen, la estructura y la evolución de la narcomafia mexicana, Vulliamy, apoyado siempre en los mejores periodistas locales, en sacerdotes que viven para contarlo y en un puñado de mujeres valientes, sin apenas fuentes oficiales, recorre los 3.300 kilómetros de la frontera, deteniéndose en las principales ciudades: desde Tijuana en el Pacífico a Matamoros en el Golfo de México, pasando por Altar, Nogales, Agua Prieta, Palomas, Ciudad Juárez, Ojinaga, Nuevo Laredo y Reynosa. Entre Tijuana y Ciudad Juárez, la guerra se libra entre los cárteles de Sinaloa, Tijuana y Beltrán Leyva. En Juárez las pirámides del cártel se han desmoronado, sumiendo a la plaza (jurisdicción) en el caos y en la anarquía. Hasta 2010, de Ciudad Acuña a Nuevo Laredo se mantuvo lo que se conoce como la Pax Mafiosa gracias al férreo control del cártel del Golfo, pero la ruptura con la matriz de su ala militar o Grupo Operativo, los Zetas, hoy aliados con la ‘Ndrangheta de Calabria y muy fuertes en Centroamérica, ha resquebrajado el viejo orden en los puentes entre Viejo y Nuevo Laredo, por los que pasa el 40 por ciento de todo el comercio bilateral. La rivalidad interna y la escisión en el cártel del Golfo, y el conflicto intestino entre el mando del cártel y su brazo ejecutor, han estallado en cruentas luchas en Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros, “limpieza” de comunidades enteras a punta de pistola y atrocidades espantosas en centros de rehabilitación.
En la primavera del año pasado se encontraron fosas comunes con cerca de 200 cadáveres de personas desaparecidas por todo México. La mayoría habían sido tiroteados, algunos quemados vivos; las mujeres, violadas antes de ser asesinadas. Lo peor es la ignorancia, la impotencia o, lo más grave, la complicidad de las autoridades y de las fuerzas de seguridad, sobre todo de las policías locales, las escasísimas detenciones y condenas, y, ante tanta crueldad e impunidad, que cada vez sean menos los que se atreven a acusar o a denunciar a los asesinos por miedo a represalias.
En un lenguaje crudo, sin ahorrar detalles, el autor revive los momentos más espeluznantes del infierno con escenas ante las que “El Bosco, hasta en sus más vívidamente imaginativos ejemplos de terror piadoso, se habría estremecido”. Con ayuda de supervivientes, nos muestra el calvario de los emigrantes ilegales (pollos) en manos de los coyotes de los cárteles que se han ido apoderando del negocio y presenta el feminicidio que, desde las maquilas de Juárez, se ha ido extendiendo a todo México como un subproducto de las condiciones económicas, de la cultura machista y de la ausencia total de seguridad.
Hasta hoy, advierte Vulliamy, uno de los primeros periodistas que entraron en el campo de concentración serbio de Omarska, en Bosnia, y el primer periodista que testificó, ya en 1996, ante el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, “se combatían musulmanes y judíos, comunistas y fascistas, serbios y croatas, tutsis y hutus [...] por una causa, una fe [...], por descabellada que fuera”. Sin una causa desencadenante concreta, “los mexicanos se están mutilando, torturando y matando unos a otros aparentemente por dinero y por las rutas del contrabando de drogas que lo generan”, pero “la mayor parte de la violencia brutal [...] se debe a la lucha por los pequeños beneficios del mercado doméstico y el trapicheo callejero”. Sin que la izquierda ni la derecha mexicanas demuestren capacidad alguna de resistencia, la narcoguerra se libra también en la red, en YouTube y en los teléfonos móviles, que los cárteles utilizan para amenazar a rivales y funcionarios, y abrir perversas páginas, muy visitadas, en las que exhiben sus barbaridades.
Las bandas criminales dedicadas al narcotráfico, para Vulliamy, no son pastiches de corporaciones globales ni bastardos errantes de la economía global, sino pioneros que señalan, con su lógica comercial y su modus operandi, el paso siguiente de la nueva economía planetaria. Para el autor, la carnicería de México (unos 10.000 muertos cada año desde que, en diciembre de 2006, el presidente Felipe Calderón declaró la guerra a los cárteles de la droga) representa la era del gobierno global de la banca multinacional que, según Antonio María Costa, ex jefe de la Oficina de Narcóticos y el Orden Público de la ONU, se ha mantenido a flote durante años mediante el blanqueo de los beneficios de la droga y del crimen. Acusación tan grave merecería algo más que un posfacio en un texto de 400 páginas. Aunque el testimonio de Martin Woods, ex jefe del departamento contra el blanqueo de dinero de Wachovia, banco adquirido por Wells Fargo en el crash de 2008, parece solvente y las cantidades transferidas desde las “casas de cambio”mexicanas a cuentas en dólares de Wachovia en los EE.UU. (378.400 millones de dólares, un tercio del PIB mexicano) son escandalosas, el autor pierde credibilidad al generalizar sin pruebas suficientes.
Si el Partido Revolucionario Independiente (PRI), como anuncian las encuestas, recupera la presidencia en julio, Vulliamy, refugiado desde hace tiempo en una casa de falso adobe en las afueras de Tucson, Arizona, a 115 kilómetros de la frontera, prevé una moderación del conflicto y una versión mutada de la Pax Mafiosa que funcionó hasta la derrota del PRI en 2001, pero el impacto de esta guerra sobre México será más profundo y a más largo plazo. Como repite David Rieff, a pesar de todo “México es un Estado herido, pero no muerto ni fallido” y es probable que aún no hayamos visto todo el poder de sus militares. “Cuando lo veamos”, advierte, “si llega el caso, el paisaje cambiará radicalmente.


(reseña de Felipe Sahagún en El Cultural, El Mundo en línea.)