sábado, 23 de junio de 2012

Bilis negra como Fado

Siempre tuve cierta resistencia a la palabra “melancolía” desde que un profesor de Latín explicó en clase su etimología: quiere decir “bilis negra”. Pero no encuentro otra manera de definir mi estado de estos días. Me reconcilio con la palabra (y con mi sentimiento), escuchando la canción de Silvio Rodríguez: “Hoy la voluble señorita es amistad / y acaricia finalmente el corazón / con su más delgado pétalo de hielo”.

A veces tengo la certeza de que ya no me voy a enamorar, e incluso dudo de haber estado enamorado alguna vez. Trato de no hacer caso a las patrañas de la numerología, según la cual mi número es el 9, “el Eremita”, pero no puedo evitar la idea de que si el arquetipo existe, alguien lo tiene que encarnar. ¿No seré yo un ermitaño no asumido? Ayer leí “La solitude des gays” (La soledad de los gays *), un artículo del escritor francés Didier Lestrade. A pesar de lo triste del tema, tras leerlo sentí cierto alivio, me llevó a pensar que mi soledad no es sino un mal de los tiempos que corren. Lestrade cuenta que mientras se dedicaba a hacer tareas de jardinería en su casa, se quebró una pierna. Como vive solo, se arrastró por el jardín hasta que sus gritos para pedir auxilio pudieron llegar hasta la casa de un vecino. A raíz de este episodio, reflexiona que los gays estamos cada vez más solos, que ya no existe el levante callejero, que cuanto más medios tenemos para relacionarnos gracias a las redes sociales de Internet, menos nos encontramos. Y menciona a los que tienen 30 o 35 años y se preguntan: “Si no soy capaz de tener una historia de amor ahora, ¿cómo voy a hacer para tener una cuando tenga 40 o 45?”. Yo ya tengo 46. Sin embargo, muy en el fondo, no pierdo las esperanzas. “Pienso –sigue Lestrade– que todo lo que uno hace en la vida es, por supuesto, para sí, pero sobre todo para mostrárselo a la persona que uno ama. Una casa, un departamento, un jardín, un traje, una cadena de oro, unos músculos, es lo que uno prepara antes que el enamorado llegue, para mostrarle los pequeños detalles de lo que a uno le gusta y para descubrir los pequeños detalles de lo que le gusta al otro. Edificás una carrera, creás una obra de arte o incluso hacés una riquísima tarta de ciruelas; si no tenés a quién ofrecérselo, no es más que un mensaje en una botella que se pierde en el mar.” Me sentí identificado: el departamento que alquilo y me queda un poco grande, me esfuerzo para mejorar mi vida y mi trabajo, voy al gimnasio para mantenerme lo más saludable posible... Según Victor Hugo, la melancolía es “la dicha de estar triste”. Y Silvio sigue cantando: “Oh, melancolía, rosa del aliento, dime quién me puede amar”.


(Cuando abandonaste la ciudad de México para regresar a la estéril provincia norteña -después de los terremotos de 1985- un amigo te reveló que aquello que arrojabas entre sueños era "bilis negra", una especie de trastorno hepático, que un buen día derivó en hepatitis A, tastorno que, a su vez, te aclaró el acupunturista, "te salvó de cirrosis"... Revelación que te puso fríos los huevos, por decir lo menos. Nota de Pablo Pérez, "Oh, melancolía", clonada del suplemento "soy", Página/12, Buenos Aires, en línea.)