domingo, 5 de mayo de 2019

Uriel Martínez (1950 )


La vecina de abajo

Ya había oscurecido el domingo, ya habías cotejado tus correos, el muro y tenías abierta la puerta de casa para que la luz del día se desvaneciera gradualmente, cuando llegó sin previo aviso mi vecina del segundo piso. Me puso sus garras, como es costumbre en ella, en el muslo izquierdo. Le dije que su dueña me pidió ya no darle leche ni chocolates, que ya no era una muchacha sino una adulta, recién desparasitada. Esto por prescripción veterinaria. Que se comportara como tal, le pedí. Entonces me levanté, cogí una galleta salada Gamesa y se la aventé al corredor. Cerré la puerta. Cuando se hubo ido, reabrí y ahí estaba, intacta, la galleta.


Aunque

Aunque no es noche salgo al
balcón y veo los coches que
van llegando al tanatorio, veo
si alguien ha tirado una piedra
al cristal de la ventana; ni aire
hace ni pasa nadie, será un alma
sin puertas, una sed lejana, una
nube que nadie ve que va o viene.



Hotel

Hace cuanto que no
coincido contigo en aquel
hotel de mala muerte,
en aquel estanque de aguas
negras, en aquel Río de los Perros,
en aquel templo derruido
en que juraste amor y fidelidad
sin fin, en aquellas noches
en que nadie ni nosotros vislumbramos
desenlace.

El regreso
Regresas a Ítaca porque a dónde más irías, aunque las ráfagas en las paredes y los muros derribados hablan mucho de una ciudad que no te ama. Ni tú a ella.

(muro fb del autor)


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