La dama de la torre
Fui tan sombría como la dama de la torre.
Cubrí los pies con mantos de brocado
y a la hora del crepúsculo
visité todos los días en la ventana
idéntico paisaje de montañas doradas,
cielo oscuro y distante
surcado por malas aves y por nubes.
Cómo pudo caber
tanta desolación en dos ojos oscuros,
tanta soledad en una sola vida.
No está el amor.
Sólo una cicatriz dolorosa y profunda,
sólo la imagen de un perfil que se diluye
como en los salterios fatigados
la última pavana de la fiesta.
¿En dónde está el caballero ausente?
¿En qué bosque lejano
se desangró sobre la hierba oscura?
Los ríos, los valles, las veredas
convergían hacia ti.
¿En dónde estás?
Que el corazón te mire todavía,
que los brazos puedan circundarte
aunque ya no lo sepas.
Amado mío, esposo,
te vas con los restos últimos de luz.
Vengan las sombras,
vengan las sombras para siempre.
Tenga yo
el castillo más vasto
para pasear mi soledad,
el rincón más oscuro
para dejarla un momento y recogerla.
Tenga cien galerías de cortinajes negros,
tenga la más alta torre
para ocultarme en el último desván
y hundir mi cara en una telaraña.
Tenga un campanario
que doble el minuto de tu muerte.
Oh varón hermosísimo,
el que tañía la cítara al atardecer,
el que tañía mi espíritu y mi cuerpo,
el más valeroso y el más sabio.
No habrá calabozo tan estrecho
que ahogue esta furia.
Dolor tanto más agudo
cuantas más cosas salieron de sus manos.
Que al verme en el espejo
perciba mi esqueleto solamente.
Las mejillas marchitas,
los restos de color entre los labios.
Yo soy quien verdaderamente ha muerto.
Salgan las palabras que no son más que palabras.
Salgan a formular espejismos solamente,
a no decir lo que las sombras son,
a no decir que un punto luminoso
puede ser también un punto oscuro,
a no decir que es putrefacto
un paisaje de rosas y violetas,
a no decir lo que es perder la luz,
caer de lo más alto
a un foso de serpientes.
Quién cantará el amor de nuevo.
No es decir nada
decir que el corazón se rompe.
Que a mi paso se sequen los jardines
y caigan las aves de su vuelo.
Quede mudo para siempre el gallo
que gritó en el crepúsculo.
No fue el alba
la que me separó de los brazos del amado
porque no soy la dama de la torre,
porque tú no eres sólo el caballero.
Una rosa no es más que una rosa.
La metáfora no existe.
El ángel se transforma.
La figura purísima y celeste
se vuelve obscena e insidiosa.
Voy a discernir la santidad de los objetos,
mi santidad.
Dama de los cerdos y de los armadillos.
El gesto de mi cara
es el mismo de un caballero muerto.
Qué justa náusea de mí misma.
Escucharé paciente
ladrar a los perros del camino.
Ascenderé del valle a la montaña.
Seré melancólica
porque yo sola me llene de tinieblas.
Yo pongo en ellas las tinieblas o la luz:
las cosas. Son simplemente lo que son.
El silencio. El silencio. El silencio.
Tiemble tu cuerpo desprovisto de amparo,
tiemble tu alma desnuda de consuelo,
tiemble tu corazón mordido por un tigre,
tiemblen tus manos inútiles y solas.
Sea en tu boca la palabra justa.
La vida es un largo camino hacia la luz.
Pero no es tiempo todavía,
antes encógete
hasta no ser
más de lo que por ti sola eres.
Falta andar en andrajos el camino,
con los pies descalzos,
el desierto de piedras amarillas y agrietadas,
falta olvidar que hubo pájaros un día.
Venga la purificación.
Arda mi corazón en una hoguera,
hasta que sean el día y la hora.
¿Dónde estás caballero, el más hermoso?
Graba con un cincel tu rostro en la memoria.
Los dos muramos hoy ahogados en la acequia,
los dos caigamos a un abismo,
los dos seamos devorados por el fuego.
La luz envuelve la corteza de las cosas,
el límite pobre de mi cuerpo;
equivoca nuestros nombres y los funde.
Cae, para que pueda yo
tocar tu mano al levantarte.
Te cantaré mi cancioncilla desabrida.
Voy a decir las letanías del agua transparente,
del sol que cae sobre las cosas,
del amado que cae sobre la amada.
La mañana.
Zumban los insectos visitando las flores,
llega el viento a nosotros.
Faltan palabras,
aún no he dicho nada.
Tanto amor apresará el momento.
¿Cuál era el nombre de ese día,
el nombre de aquellas hojas en forma de corazón,
el corazón que se...
que no se...
Empiece la primera palabra de alabanza.
1969
("Espejo al sol, poemas 1964/1981", ed.sep/plaza y valdés., méxico, 1988)
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