Mi Cristo de cobre
Quiero un lecho raído, burdo, austero
del hospital más pobre; quiero una
alondra que me cante en el alero;
y si es tal mi fortuna
que sea noche lunar la en que me muero,
entonces, oid bien qué es lo que quiero:
quiero un rayo de luna
pálido, sutilísimo, ligero...
De esta luz quiero yo; de otra, ninguna.
Como el último pobre vergonzante,
quiero un lecho raído
en algún hospital desconocido,
y algún Cristo de cobre, agonizante,
y una tremenda inmensidad de olvido
que, al tiempo de sentir que me he partido,
cojan la luz y vayan por delante.
Con eso soy feliz, nada más pido.
¿Para qué más fortuna
que mi lecho de pobre,
y mi rayo de luna,
y mi alondra y mi alero,
y mi Cristo de cobre,
que ha de ser lo primero...?
Con toda esa fortuna
y con mi atroz inmensidad de olvido,
contento moriré; nada más pido.
("el libro de dios", ed. conaculta, tercera serie lecturas mexicanas, no.9, 1990)
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