.No sé si las iglesias cristianas, incluida la católica, se han vuelto últimamente chantajistas o siempre lo fueron. Pero el hecho es que cada vez más los liderazgos religiosos amenazan y quieren condicionar a los políticos de todas las tendencias, amagándolos con retirarles un apoyo popular que hipotéticamente existe aunque nadie lo ha visto. Esto es particularmente evidente en muchos países latinoamericanos. El caso más reciente es el de las pasadas elecciones en Brasil, que este domingo le dieron finalmente el triunfo a la candidata del Partido del Trabajo, Dilma Rousseff, favorita de Lula y ganadora con amplio margen (más de 12 por ciento) sobre su opositor, el ex gobernador de Sao Paulo José Serra. Cuando a la candidata Rousseff le faltaron pocos puntos porcentuales en la primera vuelta para alcanzar la victoria, algunos dirigentes evangélicos expandieron el rumor de que ellos la habían vetado, por alguna vez haberse pronunciado a favor de la despenalización del aborto. Que Dilma Rousseff lo dijo, hay testimonios, pero que esa haya sido la razón para no haber alcanzado los votos necesarios en la primera vuelta es menos fácil de probar. De cualquier manera los líderes evangélicos en cuestión lograron su propósito, pues el debate en la segunda vuelta incluyó el tema del aborto y la religiosidad de los candidatos de manera preponderante. De repente, abundaron dos cosas: por un lado los muchos testimonios que mostraban que ambos candidatos eran unos hipócritas, por ejemplo ex alumnas de la esposa de José Serra declarando que ella les había comentado haber abortado alguna vez, o las pruebas del agnosticismo temprano de Rousseff, al mismo tiempo que los candidatos se mostraban piadosos y fervorosos cristianos. Luego entraron en escena los obispos católicos, quienes hasta ese momento habían tenido un perfil más bien discreto, pues es bien sabido que las relaciones con el gobierno de Lula no eran malas: Lula mismo había firmado hace tres años un concordato con la santa sede y, a propósito del debate sobre la despenalización del aborto, había declarado que nunca haría algo en contra de las enseñanzas religiosas que había recibido de su madre. Lo cual sonaba muy bonito, pero ponía en cuestión todos los avances en materia de derechos de las mujeres, sexuales y reproductivos. Significaba que las políticas públicas del país más poderoso de Latinoamérica dependían de las convicciones religiosas de la mamá de Lula. O puesto de otra manera, que si la mamá se convertía en testigo de Jehová, Lula podría decretar la prohibición de las transfusiones de sangre en los hospitales públicos.
Eso no es todo. El 15 de octubre de 2009 el presidente Lula aprobó un decreto que establecía en el Ministerio de Derechos Humanos una coordinación general para promover los derechos de gays, lesbianas, bisexuales, travestis y transexuales. De hecho, el programa nacional de Derechos Humanos establecía la posibilidad del matrimonio entre homosexuales y su derecho a adoptar, así como la despenalización del aborto. La Conferencia Nacional de Obispos Brasileños inmediatamente criticó el programa, lo cual fue suficiente para que el presidente Lula ordenara la revisión del párrafo a favor del aborto en el programa de Derechos Humanos, elaborándose entonces un nuevo texto que hacía una defensa abstracta del aborto pero suprimiendo la referencia a la “autonomía” de las mujeres, estableciendo que la decisión privada de las mujeres para interrumpir su embarazo no era respaldada por el gobierno. Al mismo tiempo, el mencionado programa fue completamente revisado en asuntos concernientes al matrimonio entre personas del mismo sexo e incluso en una cuestión tan importante y evidentemente necesaria en un Estado laico como la eliminación de símbolos religiosos (ahora muy evidentes) en las oficinas públicas.
Nada de esto sirvió, sin embargo, para que los obispos católicos restringieran su participación en las elecciones y particularmente en la segunda vuelta. Millones de folletos condenando a la hoy presidenta electa Rousseff por estar a favor del aborto y preparados al parecer por una imprenta cercana a su contrincante Serra estaban listos para ser distribuidos cuando fueron descubiertos y aunque eso generó una polémica, no impidió que algunos obispos en efecto llamaran a votar contra quienes no estaban a favor de la vida, es decir contra la candidata del PT. Al final, hasta Ratzinger intervino abiertamente en el proceso electoral, llamando a los obispos a defender sus posiciones contra el aborto.
Así las cosas, ambos contendientes, en lugar de defender los derechos civiles y las libertades ciudadanas, cedieron al chantaje y comenzaron a mostrarse cada vez más no sólo como creyentes, sino como defensores de las causas más conservadoras, asumiendo que eso es lo que la gente quiere, lo cual es un error. La paradoja es que ni Rousseff ni Serra son verdaderamente personas con perfil religioso o conservadoras. Sin embargo, campaña electoral de por medio, ambos sintieron la necesidad de congraciarse con los líderes religiosos, en lugar de pensar en las necesidades de una sociedad plural y diversa. El chantaje religioso funcionó.
(La madre naturaleza dotó al puercoespín de un traje hecho a la medida de sus necesidades, vestuario que le permite defenderse de sus enemigos naturales, sean los que sean; también a ciertos animales marinos le proveyó de tinta fuerte para despistar a sus potenciales cazadores, entre éstos al mayor depredador de la naturaleza, como quien esto escribe o lee; pero no le dio alas a los alacranes y a los asnos, ni a los políticos; a éstos los proveyó de capacidades camaleónicas, así pueden tener de interlocutores incluso al crimen organizado y a la camorra. Se reprodujo un análisis del investigador Roberto Blancarte, egresado del Colmex, a propósito de los camaleones, aparecido este marte en el diario mexicano Milenio.)
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