Los Ángeles, junio 1936
Recibí tu carta escrita en papel color paja, y luego otra en que tampoco dejas títere con cabeza.
Creo que lo que dices acerca de la impaciencia de la curiosidad pública por mi regreso, es sólo una figura retórica. Fuera de unas cuantas personas, mi regreso, como mi ausencia... Pero no voy a ponerme modesto.
Supe que Elías Nandino tenía automóvil, y respiro ahora que me dices que tiene chofer, porque con esa cabeza no le iba a durar mucho el coche si se atreviera a manejarlo él mismo: ¡El bisturí es otra cosa!
Vengo a este hotel todos los fines de semana: viernes, sábado y domingo. Voy a las playas el domingo por la mañana y me quedo allí, maravillado, hasta el anochecer. Agustín Fink fue mi cicerone, y ahora está maravillado por lo pronto que he tomado el hilo para sacar el ovillo.
Los Ángeles no tiene belleza sino en la noche irresistible. Los night club son preciosos y en ellos descanso, bebiendo cerveza antes de emprender una nueva ascensión al cielo de mi cuarto, en el noveno piso. Cuando crees que esa ascensión será la última de la noche, una tentación, una nueva oportunidad. No sé de qué color es el sueño de Los Ángeles, sólo sé que éstos son azules. (*)
Algún día, presiento, vendremos juntos, a pasar unas semanas. ¿Estará Rivas Cheriff en México a mi regreso? Me interesa conocerlo. Y si él se interesa en mis cosas podría escribirle una pieza a la Xirgu. Tengo pensado y distribuido perfectamente el asunto. Y escribir teatro es lo único que no sólo no me cuesta trabajo sino que me divierte.
He evitado, cuidadosamente, los encuentros con las estrellas mexicanas de acá. No he visto los estudios sino por fuera.
Sólo he conocido, dos veces, en diferentes lugares, con diferentes personas, a Tom Brown (¿has visto sus películas?) que me ha perseguido con la persistencia de una obsesión de paranoico. Entre las mil caras que se irán borrando cada vez más y más de mi memoria, surgirá la suya como una marca de fuego, como un tatuaje indeleble de mi viaje a los Estados Unidos.
Espero recibir, todavía, cartas tuyas, te abraza
Xavier
(*) Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que caminan.
("Nocturno de los àngeles)
(texto tomado de Cartas de Villaurrutia a Novo
(1935/1936), ed. INBA, Departamento de Literatura,
México, 1966)
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