Medea quemó naves un día de fiesta
y en un susurro que la hizo arrojar sangre
dejó con su rúbrica una cauda de rubíes
que calmó la furia de sus deudos.
Partió a tiempo en el coche solar
y con la partida quedó exenta
de fumarolas, desastres y maremotos
grabados en su especie.
En su memoria, los suyos
levantaron piras, erigieron catedrales
aunque nunca fue suficiente
el perdón ni la plegaria.
De una u otra forma pasaron los días;
como baraja los días se sucedieron;
cayeron las noche como de golpe
se baja el metal de la cortina.
Entonces vino el silencio.
(texto tomado de Vengan copas,
ed. Casa Juan Pablos e IMAC Durango,
México, 2000)
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