uno.
Hace cuatro meses me ausenté de la ciudad para ir al pueblo donde viven dos amigos, uno de ellos en tratamiento y al que le entregarían los enésimos análisis en que le diagnosticaron
una fibromialgia, trastorno de origen nervioso, según wikipedia; hasta ese entonces le habían tomado 280 radiografías y prescrito decenas de medicamentos que iba desechando conforme cada médico nuevo le daba un diagnóstico y un tratamiento distinto; cada vez que un profesional le proponía una intervención quirúrgica. El hecho que me obligó a viajar de nuevo a aquel lugar fue un mensaje que me envió la última semana de julio: su enfermedad se llama espondilitis anquilosante.
dos.
Luego de mes y medio de tratamiento de esta enfermedad autoinmune, he mejorado poco a poco; ya no necesito que me vistan o me sequen después de la regadera; ni que me ayuden a levantarme de la silla o el wc; y además ya puedo limpiarme el ano yo solo. Ahora son las manos las que me duelen, están agarrotadas, sobre todo en la mañana; no puedo doblar los dedos pero estoy un poco mejor. Llevo una dieta con la menor cantidad posible de almidones y he perdido doce kilos.
tres.
La tarde del sábado acompañé al paciente a una calle peatonal, a donde me invitó, antes de una tormenta probable. Ahí sentados, mientras iban o venían los paseantes, los conocidos que lo saludaban al pasar, le pregunté si seguía pintando, ahora que había disminuido la inflamación de la mano derecha y había cobrado más movimiento. "Para qué, me dijo, eso es ilusión; sobre todo la pintura." Había comercios que aún no abrían pese a que ya pasaba de las 20 horas aunque el cielo aún mostraba claridad diurna y los faroles seguían apagados. Cuando nos levantamos me propuso entrar a un café italiano, pero las mesas estaban ocupadas. Caminamos a la esquina de calle Negrete cuando empezó un viento fuerte y una ligera llovizna. "Ya no tarda la tormenta", le dije mientras las nubes cargadas de negrura avanzaban hacia nosotros. Luego me señaló la conveniencia de tomar un taxi, le dije que se fuera, que yo me guarecía del agua en Sanborn's, a una cuadra.
cuatro.
Ya había encontrado información sobre la enfermedad en general en internet. Incluso un amigo me remitió un escrito que, al día siguiente, encontré en una librería del centro del pueblo, un día antes de mi regreso. Ahí el autor habla de que el único deseo del que va a morir es coger, de los que están en hospitales y cárceles, los castrados, los heridos graves, los suicidas y los seguidores de Heidegger. "Follar cuando no se tienen fuerzas para follar puede ser hermoso y hasta épico," escribió el narrador chileno Roberto Bolaño, acaso cuando sabía que ya no había marcha atrás.
cinco.
Ya para concluir la narración "Literatura + enfermedad= enfermedad" (*), su autor describe cómo una doctora le pide que ponga las palmas de las manos al frente y en alto, que se vea el envés, las uñas y los nudillos. "Qué demonios significa el test", le pregunta el paciente a la especialista; si su enfermedad estuviera avanzada, usted doblaría los dedos hacia mí. A partir de entonces el escritor siguió haciendo el ritual para comprobar el avance del mal. Por su parte, mi amigo me contó que, al principio, con el dolor de las articulaciones de pies, ingles, rodillas y manos, no podía hacer este movimiento: se acerca las yemas de los dedos a la altura de las clavículas, pero no alcanza a tocarlas,como ahora.
(*) narración incluida en El gaucho insufrible, Anagrama, 2003.
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