Era un recinto de ahilaradas habitaciones
muy cerca de la Imprenta de los Niños Huérfanos.
Al redoble del ángelus llegaban los comensales:
el fogonero de un barco de sal
un general
de negra perilla y voz de órgano:
el mismo que baña en vasos de aguardiente
sus riñones de toro viejo.
Desde los cuartos de las meretrices
se veían las casas de San Fernando
como granos de arroz
en el barro hediondo de los esteros.
En noches de chubasco
y de música de mabil
el sigilo afiló mi mano hasta la Media Morocota,
La Caimana o La Garza
aprisionadas en las verdes sales de cobre
de los alambiques.
Ellas fueron:
sobre breñales la fragancia del nardo
la oscura sabia que cintillea mi vida
y se pierde entre ciénagas.
("la parada poética" blogspot)
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