sábado, 5 de noviembre de 2016

Jacqueline Goldberg (1966 )

Dublín

           (Fragmento)

He comprado una guía turística de Dublín.
Habla de su centro histórico
y de sobrecogedores parajes alrededor de la bahía.
Cuenta de leyendas celtas, inviernos tranquilos,
siglos en un vistazo.

Se sabe, nunca iré a Dublín.

Tampoco habrá tiempo para volver a Viena,
al cementerio judío de Praga,
a la Villa Savoye, en Poissy.

Bram Stoker era de Dublín.
Oscar Wilde era de Dublín.
James Joyce era de Dublín.
Handel estrenó su Mesías en el Music Hall de Fishamble Street.
Samuel Beckett nació en el sur de Dublín.

Son imanes, aunque jamás comprenda Dublín.

No quedan aviones que partan desde mi cama.
La cárcel es el país.
El país lo incesante.

Llevo garganta de espinas,
manos sísmicas e incurables.

Ahora mismo escribo un libro sobre mi temblor.
La enfermedad es un género literario:
gustan tanto los padecimientos,
la transparencia de los jarabes amargos.

La guía habla de un paseo de noventa minutos
por el Dublín literario y georgiano.
Atraviesa plazas, recorre un tramo del Grand Canal.
No veo hospitales.

—Mauricio, ¿cuánto vale un pasaje a Irlanda?
—No sé, es engorroso averiguarlo hoy domingo.
—Déjalo. Nunca iré a Dublín.

No basta amanecer con un libro entre las piernas.
Mejor leerse en sólido.

El mediodía barre papeles en mi escritorio.
Acopio lo absurdo, lo templado, cierto ruido.

Alguien llora.
Quizá el niño con cáncer un piso más arriba.
Tal vez el pianista dos pisos más abajo.
Estamos en cautiverio,
cada quien en su naturaleza muerta.

«Todo de antes. Nada más jamás. Pero jamás tan fracasado. Peor
fracasado. Con cuidado jamás peor fracasado», escribe Samuel
Beckett en Rumbo a peor.

Detesto lo maravilloso que puede ser Beckett.
Yo merecía ser de su Dublín de castillos y faros,
pero nací en ciudad de tierra negra.

Tenue es la dicha.

Salgo, emprendo lo que puedo.
Luzco normal, tengo una muela fracturada.
Es tanto lo que no se sabe de mí.

Así los improperios.

(…)


("otra iglesia es imposible")

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