Oración de la sal
He venido a decirlo
con lo que puede haber de mar en mis palabras.
Este plato de sal, queridos míos,
estos granos de sal traídos desde el mar
esta mañana,
han sido cultivados en su extensa verdad
desde hace siglos.
Y se los he ganado a las tormentas de mi alma.
Y a los monstruos del miedo que persiguen mis delfines.
Y a los misterios del fondo que me llaman.
Están aquí, pequeños, para calmar
la pobreza de esta casa.
Y para iluminar la bruma de este muelle
en el que sólo atracan recuerdos y fantasmas.
Orín de tiempo y ahogados de otras aguas.
No la rieguen en la tabla de la mesa.
No dejen que su diamante más perfecto
se confunda en el desorden de la tierra.
No permitan que arda en la candela.
No se alimenten con ella en demasía.
Ni derramen su salmuera en la herida equivocada,
abierta
por la hoja de metal o por la pena.
Pero ante todo,
no dejen que sus sueños la corrompan.
Y así estarán salvados de la nada.
Este deseo de sal amada mía
tiene que ser navegado en tus rincones.
Para que se alimente el hambre de mi lengua.
Para salvar mi corazón con ese aliño.
Para llevarme un recuerdo de sabores.
Y no mirar atrás, estatua calcinada del olvido.
Señor.
Aparta la sal de mis pupilas.
Déjame ver el mar desde tu orilla.
Guarda la sal de aquellos que tienen mala suerte.
Ten para mí la cruda sal de cada día.
La de mi pan, la de mi amor y la poesía.
(fuente: Ajuste de cuentas. La poesía colombiana del siglo XX, con un prólogo de Antonio Caballero, Alvarado Tenorio, Harold, ed. Agatha, Palma de Mallorca, 2014.)
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