Abril provenzal
La noche de primavera inmovilizada en su quietud.
El aire cálido, el azul del cielo entre las ramas de los árboles
mientras las avenidas no dejan de llenarse de gente.
Un muchacho con el torso desnudo
se acuesta sobre cristales rotos,
un violín y una flauta cantan en la esquina de una calle.
Los brazos desnudos de las muchachas,
los ojos con que ellas miran, sombras azules
en la piel tan joven de los párpados.
Y bajo las blusas sus pechos desnudos, como fruta en el árbol,
iban surgiendo del invierno, nos invitaban a esperar el verano
como la edad de nuestra plenitud. La noche: horas que el sol
usa para colorear los frutos distantes de los otros continentes.
Y las muchachas aprovechan para sonreír
en las orillas de esos ríos, en los plazas de esas ciudades,
en las ventanas entreabiertas a la mañana.
Concentrado en la perfección en que quiso fijarse,
el color azul, como la ausencia de viento, se diría eterno,
destinada la noche a no vivir más que cierta edad joven,
a morir adolescente en los brazos trágicos de una luz brusca.
(fuente: "rima interna", versión de Martín López-Vega.)
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