Esta mañana hablé con Madame Croissant para recordar brevemente la atmósfera que reinaba en las salas de cine de la Gran Tenochtitlan, aquellas magníficas construcciones que databan del porfiriato, unas, con un estilo neoclásico, otras art decó y churrigueresco, otras moriscas y otras más rococó, espacios que se perdieron luego de los movimientos telúricos de 1985, que combinados con la aparición del video vinieron a liquidar esos lugares de solaz y esparcimiento (como se decía en aquel entonces).
- Mienten, me dice la vedettte retirada Croissant, los que afirman que los cines sólo eran sitios de ligue y promiscuidad. Eran también espacios de reencuentro de aquellas amigas que llegaban de lugares distantes como Toluca, Nezahualcóyotl y Azcapotzalco. Recuerda que el metro como medio de transporte popular era apenas una promesa; y había miles que seguían trasladándose en sucesivos transbordos para llegar al cine Colonial, al Teresa o al Ópera en Santa María la Ribera.
Yo sabía que era cuestión de tratarle el punto para que ella empezase la evocación: en el Colonial, en la planta alta, coincidían cuates que tenían meses y años de no verse, de navegar sin tener noticias unos de otros. Ahí los más desinhibidos organizaban concursos de pasarela y de belleza: ahí mismo se coronaban a Miss Neza, Coyotepec, Balbuena y San Ángel, todas procedentes de cuartos de azotea donde habían aterrizado de los puntos más insólitos del interior del país, me dice.
La existencia de sofás y sillones se prestaba para pasarse las horas hablando de los tópicos más disímiles como la aparición de los objetos voladores no identificados, de la telenovela de mayor auditorio en esa temporada, El pecado de Oyuki o Rosa salvaje, mientras los habladores comían palomitas de maíz y fanta de naranja. Claro que mientras unas estaban en la cháchara otras se hacían las perdedizas con este o aquel chacalón, pero todos conocidos, de confianza. Hablamos de una ciudad que, aunque inmensa, resultaba familiar a un tiempo.
Le recuerdo que en una ocasión programaron en el Ópera un ciclo de películas clásicas. El día que fuí a ver de nuevo Una Eva y dos Adanes, con Toni Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe parecía la estación del metro Pino Suárez en "hora pico". Eso sí, con una fauna que parecía salida del Bar el Nueve o cualquier antro de la Zona Rosa y sus alrededores, con chicas del corte de Madame Rochás, Susana de Antuñano y Lilia del Valle, esto es, clasemedieras, más o menos informadas en cultura general pero sobre todo cinematográfica y buenas para el toque y rol. Ahora todas muertas.
Me pregunta Madame Croissant si en ese ciclo se programó De repente en el verano, con Katharine Hepburn y Peter O'Tole pero no sé qué responderle pues a Elia Kazan nunca le gustó el trabajo actoral de él, que le parecía no propiamente un actor frío sino gélido. Además son cintas tan antiguas que no guardo en la memoria a todo el reparto y aunque a veces las programan en el canal 22 de tv, son proyecciones casi de madrugada pero tampoco tengo tele de paga, le digo, que cancelé el pasado 31 de diciembre.
1 comentario:
Querido Urielle:
Me encanta la variedad de registros que tienes. pero siempre me dejas con HAMBRE. Más anécdotas, más personajes, quiero oír tanto la cháchara de la película como las exhalaciones agitadas, el tono versallesco de las Antuñano como los gemidos reprimidos de Miss Neza; que la diversidad de registros sea también de los pliegos en tan importantes menesteres como el perreo comadril y los trofeos chacalunos envueltos en los rollos cinematográficos. ¿Hay algo más en la vida?
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