sábado, 15 de mayo de 2010

EL ETCÉTERA FATIGADO

Por cuarto año consecutivo asisto, en un viaje relámpago, a la Feria Internacional del Libro que se celebra en un pueblo cercano. Y por vez primera asisto a las horas postreras del suceso cultural, esta vez dedicado a Italia como país invitado. Cuando llego a la Expo ya se agotaron los ejemplares de 2666, obra póstuma del chileno Roberto Bolaño; ya no alcanzo a conocer a António Lobo Antunes de Portugal, ni a García Márquez el colombiano, ni a Carlos Fuentes de México. Tampoco alcanzo ejemplares de Le Clézio, de los que un amigo me encargó "lo que sea"; en cambio adquiero un estudio de Guillermo del Toro sobre la obra de Alfred Hitchcock, que me pidió un vecino. En el pabellón del país invitado, me niego a comprar un best-seller de un italiano que ha escrito sobre la Mafia (¡¡Oooooootro!!) y que su traslado al lenguaje cinematográfico disparó las ventas y, por ende, los precios.
Como sólo dispongo de día y medio para recorrer las instalaciones del lugar donde esta vez alberga a más de mil 600 editoriales y donde, según cálculos de la prensa y los organizadores, asisten 600 mil almas, la mía entre ellas, el primer día adquiero, sin pensarlo demasiado, los Diarios, de Kafka, una novela de Richard Ford, otra de Álvaro Pombo, dos de Rubem Fonseca, una selección de poemas, "los últimos", de Raymond Carver, pero cometo la torpeza de retrasar la adquisición de Nocturno de Chile, de Bolaño, pues me distraje en la búsqueda de la extensa 2666 en edición de bolsillo.
Como es lógico, el segundo día mi búsqueda se vuelve frenética -me he impuesto el propósito de regresar al mediodía a mi pueblo-, lo mismo que se incrementa mi pulsión de comprador. Aunque me fatigo buscando un libro de César Moro que nunca encontré, adquirí una antología del poeta Eugenio Montale, otra de Olga Orozco, una recopilación de ensayos sobre Borges y un poemario de Oliverio Girondo, Noche tótem, que ni siquiera sabía de su existencia; y todos en el mismo stand con ejemplares llegado de las pampas. Sin embargo esa mañana no localicé una edición que seguiré buscando de Visor, una editorial española, que reúne material del propio Girondo. Como mis compras son contra reloj, encargué dos bolsas de libros con mis amigos de la Universidad Veracruzana, el día anterior, así puedo desplazarme con cierta libertad y facilidad, lo que me hace seleccionar un lote de cine de arte para amigos muy queridos: Kieslovsky, Egoyan, Lynch, Cronenberg, Rossellini, Leone y dos etcétera fatigados.
Antes de mi viaje aquí sintetizado apretadamente, avisé a ciertas personas, con tiempo, que lo haría,lo que dio pie a una serie de peticiones que nada tienen que ver con un festival mundial de libros, pues no faltaron los encargos de bandas sonoras sobre Neruda, Fellini o la música de Morricone, Preisner, Lester. En fin.
Ya en el autobús que me llevará de regreso a mi pueblo, al fin, ese mediodía, se hará necesaria la intervención del operador para que los pasajeros, en su mayoría, ocupen los asientos que les fueron asignados en taquilla. Frecuentemente el viajante ignora la numeración, lo que desata una serie de reclamos en cascada de aquellos que buscan su número de butaca y los encuentran invadidos por los que llegaron primero. Es hasta que llegamos al siguiente pueblo que me percato de un factor que provoca una ristra de equívocos: es una mujer, acaso perturbada de sus facultades mentales y de vestimenta paupérrima, reñida con el aseo, que aborda la unidad en que viajo. Dama que ha ocupado uno de los asientos postreros, a la que el chofer reubica en los escalones próximos a la entrada, amiga del conductor evidentemente por la familiaridad en el trato; medida que termina con los malentendidos en serie de aquellos que no encontraban acomodo según la numeración destinada. Esta numeración es tan importante que, como lo relata José Revueltas después que salió de Lecumberri, en el centro de la ciudad escuchó que alguien le gritaba no por su nombre sino por el número que tuvo en su estancia durante el encierro; el escritor volteó a atender el llamado pues, inconscientemente, guardaba en el cerebro ese número extenso que sustituyó al nombre de Pepe, como le llamaban sus amigos.
En este momento recuerdo una creencia popular en algunos países, creencia que aún subsiste: el respeto que se guarda a los perturbados, alucinados, dementes y locos por la suposición de que son individuos "tocados" por la divinidad y capaces de predecir grandes catástrofes. Total, que nunca me percaté en qué parte del trayecto, el operador dejó a la mujer que le pidió un "aventón" y a quien de seguro ya le ha hecho ese favor: de llevarla o traerla al santuario de su devoción.

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