miércoles, 26 de mayo de 2010

CUMPLEAÑOS

Después de leer tu mensaje sentí que se abría una pantalla de preguntas sobre mi vida y la razón de mi existencia, con preguntas a un tiempo fundamentales y vanas acerca del día y las condiciones en que llegué a este mundo. Ese día, ¿fue a un tiempo cálido y ventoso como son a veces los días de febrero y marzo; era un día en que las nubes se desplazaban indiferentes y distantes como las descritas por el poeta maldito del siglo XIX; he vivido los suficientes días, años, meses e instantes como para recordar esta fecha, propia de lobos esteparios?
"Felicidades, qué quieres de regalo? Leí en la ventana del ordenador, a veces puerto de entrada de mensajes vivificantes y cálidos, justamente como el viento de 32 grados centígrados a la sombra de este mes de mayo, quinto del año y cuyo símbolo en la cultura oriental es representado por el fuego. Eran las 14 horas y 34 minutos cuando lo redactaste. La pantalla no miente.
Un poco en broma y otro tanto en serio, te respondí: "Alguien parecido a Ricky Martin, tostado de la piel pero que no se parezca a nuestro amigo José Rafael Bravo Meza, que en gloria esté." Cuatro minutos después, esperabas mi respuesta, me formulaste la segunda y última pregunta: "Muy bien, pero después no te quejes. ¿Con pantaloncito corto o en pelotas?
- Con pantaloncito corto, pero sin chones", te respondí, para mantener el tono propio de dos adultos que juegan a ser menores de edad. Eran las 15 horas y 22 minutos, de un día adecuado para caminar al borde del precipicio y someter a prueba la sensación de vértigo.
Estaba yo en el negocio que atiendo de lunes a sábado, en compañía del gato de antifaz negro y ojos gris pizarra que me regalaron el sábado, un minino callejero que aún es anfitrión de un puñado insignificante de pulgas. El coche que esperaba, con el conductor que esperaba (no era el cantante boricua ni mucho menos), se detuvo. Me levanté del ordenador y, sin darme cuenta, el felino recién llegado, salió también a la banqueta.
Me percaté de que el animal me había seguido porque una adolescente gorda, vecina del negocio de al lado, lo tomó en brazos y me dijo: "Me hallé un gatito". "Es mío, le dije, se llama Alejandro de Macedonia", mientras yo esperaba que la visita respondiera a mi expresión sonsa: "Que milagro".
- A qué hora cierras.
- A las cinco, le respondí consciente de que faltaba una hora. "Y luego, qué vas a hacer." Voy al super y regreso a las seis.
- Entonces voy a Calera y regreso. Te llamo. Anota el teléfono, le pedí.
Unos diez minutos antes de cerrar el negocio, me llamó para decirme que lo esperara, que ya venía en camino. ¿Vienes de Calera? No, estoy aquí cerca.

3 comentarios:

serteco3 dijo...
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serteco3 dijo...
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Antonio Marquet dijo...

me encanta cómo manejas el suspenso. cómo sabes crear una atmósfera de monotonía y espera, de preguntas sin respuestas y promesas de satisfacción; de ansiedad y plantarte en el umbral de...
El entorno es más que conocido por el calor, el agobio, la cotidianidad sin novedad, la espera de un sujeto que desea con una d mayúscula, a lo muy grande: como es de suponerse, lo que quiere es al ídolo soñado por todos, al más guapo, al más famoso, al más deseado. Su mismo gato callejero es nombrado con esa característica apertura sideral que existe entre el origen humilde y lo más granado de la historia clásica. Un gatito con el nombre de Alejandro magno es el puente entre dos vacíos, uno concreto y el otro imaginario, entre los que circula el protagonista que está a un minuto de la celebración... Como estretegia protectora, quizá sea mejor dejar el cumplimiento del deseo del otro lado del umbral, tal vez sea el único sitio en donde tiene algún valor. Por lo menos tiene el efecto de intensificar la ansiedad de la espera al punto máximo y mitigar lo acuciante de las preguntas sin respuesta.
estás muy brava urielle. Me encanta la creación de un presente envuelto en la pegajosa consistencia del queso fundido, manto espeso que asfixia cualquier asomo de esperanza y en medio plantar la disputa por Alejandro el Magno, quizá el único aliciente en una agonía prolongada de quien carece de respuestas a sus preguntas vitales.