"Marginalia", la costumbre de escribir comentarios en los libros, es un pasatiempo literario muy rico. Tiene, sin embargo, un destino incierto en el mundo digitalizado. "La gente siempre encuentra la manera de hacer anotaciones electrónicamente", dijo G. Thomas Tanselle, ex vicepresidente de la Fundación John Simon Guggenheim y profesor adjunto de Lengua Inglesa en la Universidad de Columbia en Nueva York. "Pero la cuestión es cómo preservarlas. Y es el problema que enfrentan las bibliotecas de colecciones".
Asuntos de ese tipo son los que analiza el Caxton Club, un grupo literario fundado en 1895. Junto con la Biblioteca Newberry de esta ciudad, está auspiciando un simposio del 19 de marzo que presentará un nuevo volumen de ensayos sobre ejemplares asociados libros que pertenecieron y fueron anotados por los autores.
Los ensayos abordan trabajos como los que conectan al presidente Lincoln y a Alexander Pope; Jane Austen y William Cowper; Walt Whitman y Henry David Thoreau.
Samuel Taylor Coleridge fue un prolífico escritor de los márgenes, como lo fueron William Blake y Charles Darwin. En el siglo XX, pasó a ser considerado como graffiti: algo que la gente educada y respetuosa no hacía.
Paul F. Gehl, conservador en Newberry, culpa a generaciones de bibliotecarios y profesores "por inculcarnos la idea" de que escribir los libros los "arruina o los daña".
Cuando Nelson Mandela estuvo en la cárcel en Sudáfrica en 1977, escribió su nombre junto a un pasaje de "Julio César" que dice "Los cobardes mueren varias veces antes de sus muertes".
Es sabido que Studs Terkel, el historiador sobre tradición oral, amonestaba a los amigos que leían sus libros pero los dejaban sin marcas. Él les decía que leer un libro no debía ser algo pasivo sino un diálogo estentóreo.
Los libros con marcas son considerados cada vez más valiosos, no sólo por una conexión con algún famoso sino debido a lo que revelan sobre las personas asociadas a un trabajo, dijo Heather Jackson, profesora de Lengua en la Universidad de Toronto. Para Jackson al examinar las anotaciones en los márgenes se revela un patrón de reacciones emocionales entre los lectores cotidianos que de lo contrario podrían ser pasados por alto, incluso por profesionales literarios. "Podría ser un pastor que escribe en los márgenes sobre lo que significa un libro para él mientras está cuidando su rebaño", dijo la profesora Jackson. "Podría ser una chica de colegio que nos dice cómo se siente".
No todos valoran las notas en los márgenes, dijo Paul Ruxin, miembro del Caxton Club. "Si se piensa en la opinión tradicional de que el libro no es más que texto, es un poco tonto", dijo.
Para David Spadafora, presidente de Newberry, las notas en los márgenes enriquecen un libro ya que los lectores infieren otros significados y les dan un contexto histórico. "La revolución digital es buena para el objeto físico", dijo.
Cuanta más gente vea objetos históricos en forma electrónica "más va a querer entrar en contacto con el objeto real".
(Conservo un libro de poemas en que su autora estampó su huella labial roja, antes de anotar una frase; también guardo una edición de André Gide con una supuesta dedicatoria a un mexicano, que me encontré en La Lagunilla (ciudad de México); en mi librero tengo un poemario del chiapaneco Juan Bañuelos con unas palabras dirigidas a otro poeta de Chiapas, ejemplar que sustraje de un periódico de circulación nacional; en una edición de Austral de "La Dorotea", de Lope de Vega, anoté al final de cada capítulo una síntesis de lo que trata cada apartado. Guardo también una selección de poemas del lusitano Eugénio de Andrade con una dedicatoria. Pero no sé que haría si tuviese una edición electrónica de algún poeta actual... Nota tomada de la revista cultural Ñ, argentina, rescatada de The New York Times.)
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