domingo, 16 de junio de 2019

Jane Yeh

Breve historia de la migración




Embarcamos en una concha marina para surcar las olas.
La mitología de nuestro viaje incluyó suciedad, tiburones, un zepelín y cables.
Comimos siempre lo mismo durante diecisiete días seguidos (panqueques).
Aprendimos a decir sí, por favor en cuatro idiomas diferentes.

Nuestros gorros forrados en piel no servían de nada en el dulce aire de septiembre.
El misterio de nuestra estirpe era un sarape sobre nuestras espaldas.
En la pradera, los lugareños intentaron tomarnos por lo que éramos.
Aprendimos qué eran el esturión, las lavadoras, el tedio y el falso bronceado.

Nos apuntamos al club de La fruta del mes para ampliar horizontes.
El dominio de nuestro follaje implicaba un mar interminable de cortar
césped.
Asistimos a ferias de dulces con un grado sospechoso de fervor.
Sobrecargamos a nuestros hijos con violines, malos peinados y diplomas.

Nuestros nombres cambiaron para hacerse más fáciles de recordar.
El monasterio de nuestra herencia fue reconvertido en prácticos aperitivos.
Vendimos frigoríficos a gente que ya tenía frigoríficos.
Vivíamos en la gloria suburbana de nuestros adosados sobre plano.

Nuestros hijos cambiaron para hacerse más gordos y mezquinos.
La memoria de nuestra verborrea era como un escalope al viento.
Guardábamos el dinero cerca, y nuestros sentimientos más cerca aún.
En caso de emergencia, siempre había un bate de béisbol a mano.


("perros en la playa", tra. jordi doce)

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