rogelio luévano |
Hombres del norte
Resumen: la presente crónica se ocupa de tres autores norteños quienes nos heredaron una obra concebida y realizada la segunda mitad del siglo XX, dos polígrafos: Carlos Montemayor poeta, narrador, novelista, traductor del griego, latín y de lenguas originarias, además tenor que dejó grabados dos CD; Severino Salazar, novelista y cuentista dejó a la posteridad su obra en once tomos, compuesta de ensayos, novelas, noveletas y relatos;y Rogelio Luévano, hombre de teatro, director, actor, profesor destacado en Torreón y en el CUT-UNAM, donde un aula lleva su nombre en la Casa del Teatro en Coyoacán.
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Hubo un tiempo en que creímos que los recién nacidos los traía la cigüeña de París. Pero luego vino
otro tiempo en que los escritores de América Latina soñaban con emigrar temporalmente o en definitiva a París. Autores nacidos en el siglo XIX que no sólo deseaban viajar a la capital mundial de los escritores sino morir allá como lo expresó el poeta César Vallejo: “César Vallejo ha muerto, le pegaban/ todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/también con una soga; son testigos/ los días jueves y los huesos húmeros,/ la soledad, la lluvia, los caminos…” Hubo un tiempo ya muy lejano en que los autores añoraban el viejo mundo para huir de las provincias americanas en que no pasaba nada, excepto las nubes de las que se ocupó otro poeta, Baudelaire, quien inauguró una veta temática con su libro Las flores del mal y las consecuencias naturales de navegar en los bajos mundos parisinos: la sífilis, las drogas propias de ese universo romántico; el suicidio y la locura.
Ese gusto, ese hábito del París decimonónico se extendería al siglo XX en la obra más celebrada del argentino Julio Cortázar, Rayuela, novela cosmopolita que contiene dos focos de atención a lo largo de sus 635 páginas: Buenos Aires y la ciudad luz. El camino más natural para conocer el Viejo Continente era la diplomacia, las embajadas, la representación del país de origen a través del cargo de agregado cultural. Era entonces lógico que un autor del Boom naciera en Bélgica o en la ciudad de Panamá, como fue el caso del propio Cortázar o el de Carlos Fuentes; o que los restos del primero reposen en el cementerio de Montparnasse.
No será sino hasta mediados del siglo XX cuando el autor mexicano nacido en provincia centre su mirada en la capital del país; así, un escritor de Chihuahua, uno de Zacatecas o un director de teatro oriundo de Durango tarde o temprano llegaban a la ciudad de México en busca de realizar estudios, desarrollar una obra en ciernes o en procura de un reconocimiento. Son los casos de tres autores nacidos en 1947: Carlos Montemayor (Parral), Severino Salazar (Tepetongo) y Rogelio Luévano(Gómez Palacio); los tres muertos jóvenes si se atiende a las perspectivas de vida (productiva y vital);los tres, también, con una formación sólida que los respaldó: Montemayor formado en lecturas y traducciones de clásicos griegos y latinos; Severino con un sedimento en lecturas religiosas en latín(estuvo internado en un seminario de Chihuaha); y Luévano con una formación autodidacta en teatro. ¿Los tres norteños tuvieron tiempo de plasmar su gran obra? Veamos.
La novela Guerra en el paraíso(1997) narra el origen y desarrollo de la guerrilla rural en el Estado de Guerrero, con Lucio Cabañas como protagonista que encabeza el Partido de los Pobres, profesor surgido de la escuela normal rural de Ayotzinapa. Novela de un aliento épico que recuerda bastante el estilo del peruano José María Arguedas en su obraLos ríos profundos, amén de un estilo acaso heredado del paisano de Montemayor, Luis Martín Guzmán y su ciclo sobre la Revolución Mexicana.[“Mis amigos normalistas, que formaron parte del movimiento campesino en Chihuahua que se inició en 1959, constituyeron más tarde el Grupo Popular Guerrillero durante 1964. Una de sus acciones más relevantes fue el asalto al cuartel militar de Ciudad Madera, ocurrido el 23 de septiembre de 1965. Aunque no tuvo ningún nexo con ellos, la Liga Comunista 23 de Septiembre tomó la fecha como emblema y homenaje a esa lucha campesina que emprendieron mis amigos. Ellos son para mí una referencia inevitable y a ello se debe que haya escrito novelas como Guerra en el paraíso, Las armas del alba, Los informes secretos” (1)]Montemayor murió a las 63 años.
Severino Salazar por su parte entrega a la prensa universitaria (UAM-Azc) la noveletaLlorar frente al espejo, (1990), que más adelante se traducirá al italiano, en donde se narra la intervención del Santo Oficio a raíz de una denuncia anónima sobre un trío compuesto por dos varones y una mujer. Para documentar históricamente la trama, Severino recurre a los documentos del Archivo General de la Nación (AGN) cuando se encontraba éste en el llamado Palacio Negro de Lecumberri. Salazar murió de 58 años.
Ignoro si alguien se ha ocupado del “homenaje” que Severino le rindió una y otra vez a Juan Rulfo, hecho evidente en su relato Macarito. Rulfo nos cuenta en “Macario” la historia del chico que espera la aparición de ranas por encargo de su madrina, con quien vive la criada Felipa, que lo premia dándole de beber de sus pechos (“la leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco.” (3) Otro homenaje al autor parco de Jalisco es el ensayo de Salazar “Las metáforas del río y de la leche en ‘Es que somos muy pobres´” (4), un análisis sobre las resonancias de mitos prehispánicos y cristianos en este cuento de corte trágico y circular: la menor de tres hermanas seguirá el derrotero marcado por ellas: la prostitución. Amén de los paisajes rurales del semidesierto, de un “habla” campesina que priva hasta antes de la llegada de la televisión (a la tierra de Severino llegó la señal hasta avanzada la década de 1960.)
A su modo, SS fue un hombre religioso que elaboró su álbum de “Vidas Ejemplares” –como lo hizo el portugués José MariaEça de Queirós con sus estampas de santos-, con historias del corte de Catedral de cristal, Desiertos intactos y el tríptico Paisajes imposibles o La danza de los ciervos (de aparición póstuma), entre otras. Autor que alguna vez se lamentó que ese paisaje del terruño no estuviera presente en la narrativa gótica de sus paisanos Amparo Dávila ni en Mauricio Magdaleno, quien se ocupó de la huasteca potosina.
Cuando Severino se supo emplazado a muerte emprendió el camino de la expiación a Santiago de Compostela –la Vía Láctea-, avanzó en la lectura del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa y, creemos creerlo, fue cremado en paz.
Por último, tenemos el caso de una gente de teatro, de formación autodidacta, que se diversificó en quehaceres como la docencia, la formación de actores, la profesión de actor y la de director: Rogelio Luévano, fallecido a los 56 años de edad, quien se inició en las tablas alrededor de 1966 en Gómez Palacio primero y después en Torreón con una comedia de Emilio Carballido, Te juro Juana que tengo ganas y Los invasores, del chileno Egon Wolff. Por cierto, antes de que se generalizara el movimiento de resistencia urbana con los “paracaidistas”, invasores de superficies ociosas en la Comarca Lagunera, Luévano monta esta obra visionaria del dramaturgo chileno, en 1967 (2) bajo su dirección; esto después de haber incursionado, como actor, en piezas de Brecht, Beckett y Azar, bajo la batuta de Alejandro Santiex.
Los primeros atisbos del fenómeno teatral los percibe el Rogelio niño, cuando llega al barrio la carpa Tayita –en ese entonces, 1954, no se conocía la televisión-; todo era salir de la escuela y detenerse a ver los ensayos, a imaginar la tramoya y los camerinos, apreciar las luces; ver a los actores “crecidos” en el escenario, su desplazamiento; escuchar los diálogos, las pausas y los silencios. Hasta que un día pisó por vez primera las duelas del escenario en el centro de seguridad social del IMSS en su natal Gómez Palacio. Así, casi sin saberlo, iniciaba una vocación nacida de la curiosidad y el interés por el fenómeno teatral, sin suponer que un día su público lo consideraría, si no pionero, sí pilar y continuador del teatro lagunero. Su profesionalismo lo hizo ir más allá de Alejandro Casona y Leonard Gershe (“Las mariposas son libres”), de “El juego que todos jugamos”; fue más allá del teatro complaciente que hacían las clases altas, que lo concebían como un accesorio, un “adorno”. RL relevó a Alejandro Santiex en el teatro universitario cuando éste abandonó Torreón, así inició un ciclo nuevo en su vida profesional; con AS aprendió a estudiar el contexto, el análisis de mesa, el entrenamiento corporal, la búsqueda del tono, a conocer corrientes y autores universales.(5 )
Posteriormente Rogelio Luévano es invitado a trabajar en México en el Centro Universitario de Teatro (CUT) de la UNAM, a donde se traslada y de cuyo entrenamiento actoral dan cuenta sus alumnos que formó en Torreón e ingresan a ese centro de estudios superiores universitarios, entre ellos la actriz, muerta joven, Virginia Valdivieso. Resulta harto imposible destacar un solo trabajo en el quehacer teatral de alguien tan disciplinado y productivo como Luévano, aunque resulta memorable el montaje de La noche de los asesinos, del cubano José Triana, en el teatro Santa Catarina de Coyoacán.
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Con la muerte de estos mis tres amigos –Montemayor, Severino y Rogelio-, dejamos de creer en la cigüeña y los niños traídos de Europa, es decir asumimos la responsabilidad de nuestras vidas y el compromiso con la cultura heredad de nuestros antepasados. Acaso seguimos el ejemplo del poeta Ramón López Velarde, que trascendió fronteras cuando fue llamado –después de muerto- “el padre del Modernismo”; quien antes de los 33 años había leído a Baudelaire, a los clásicos griegos y, sin él saberlo, fue “decadente” como su paisano el pintor Julio Ruelas; trazó paisajes eróticos y fúnebres a un tiempo; fue devoto de los antros de su tiempo, de carpas y teatros diseminados en la ciudad de México. Se dice que entre sus amigos era llamado El Payo, como Ruelas era conocido con el mote de El Mico. Uno murió en cama rodeado de amigos y familiares, el otro pidió lo sepultaran en Montparnasse.
NOTAS
1.“Casa del Tiempo”, no. 77, junio de 2005, entrevista ´Carlos Montemayor: mi búsqueda está en el subsuelo´, José Ángel Leyva.
2. Acaso las acciones de resistencia social urbana fueron consecuencia de los movimientos iniciados por la guerrilla rural y urbana en el norte de México: en Chihuahua representada por la Liga 23 de Septiembre; posteriormente en Monterrey y la Comarca Lagunera.
3. Macario, en El llano en llamas, edición FCE, México, 1973, 12ª. Reimpresión.
3ª. “Macarito”, “Los cuentos de Navidad”, ed. Casa Juan Pablos, México, 2013.
4. S. Salazar, “La palabra y el hombre”, no.100, UV, Xalapa, 1966.
5. Javier Treviño Castro, ‘Sueños dorados’, “Aleph”, cuaderno cultural del Museo Biblioteca Pape, no.8, julio-sept. 1986, Monclova, Coah., México.
Dogville, marzo 2019.
(texto leído y comentado en la mesa "cronistas", centro universitario norte, UAG, Colotlán, Jalisco, 27 de marzo 2019)
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