El daño
Imito los modos de una joven
pero no lo soy.
Soy esa otra que estrenó
mil veces, insomne,
la mañana,
la que sintió miedo y frío
entre unos brazos
—y allí mismo se abrieron las herida—.
Soy la que probó la navaja
de la soledad adentrándose, impúdica,
en la carne,
la que presintió la barbarie,
la que claudicó,
la que sobrevivió,
la que durmió mientras enterraban
a los suyos.
Soy la que siempre supo quién susurraba
al otro lado de la puerta,
la que contempló una libélula,
azul como el mediodía, azul,
detenerse en el borde de una hoja
—y la muerte también se detuvo allí
por un instante—.
Soy la que escuchó en la noche más larga
crecer palabras de amor, morir
palabras de amor
mientras, afuera, la tormenta gemía
como un soldado moribundo
en la trinchera.
Imito los modos
de una joven
pero mis versos están gastados,
usados para tapar fugas,
agujeros de otras vidas
que nunca son la mía.
Quiero parecer una joven
pero las manos me delatan,
las manchas, los dientes
me delatan.
Quiero imitar los modos de una joven
pero tengo miedo de los coches
que atraviesan las calles
a mi paso,
del silbido que sale
de mis bronquios,
del aire de plomo que respiran
mis hijas.
Sometido a la tortura de los años,
mi cuerpo —enemigo— me señala.
Como perros hambrientos, mis dedos
escarban, furiosos, en la grieta.
Y el daño sigue ahí.
("la tribu")
No hay comentarios:
Publicar un comentario