El aseo
Es imposible tener un sentimiento más deformado y cruel que
el que teníamos cuando entrábamos en la habitación del moribundo.
Cerrábamos la puerta y abríamos la ventana.
El enfermo se quejaba y podíamos oirle decir que en verdad no quería la muerte.
Sin embargo, alguien lo levantaba y lo sentaba en un sillón de plástico y él,
concentrando toda su energía,
nos miraba, levantando los párpados azules, con la cabeza
sobre el pecho, triste, extenuado,
dando pequeños estertores y, sin embargo, queriendo sonreír.
Nosotros destrozábamos su afán echándole colonia,
desnudándole, pegándole en la inocente cara limpia,
deleitándonos en su consternación y su amargura:
"No pasa nada... la muerte es un viaje... vete pronto y grita cuando llegues...
¿Hay ángeles ahí?... no seas quejica y siéntate mejor... como te vuelvas a mear..."
Y el moribundo miraba la pared como un cordero,
abatido, movía la garganta, sin dolor ya,
despojado de imágenes terrenas
y subía
con un miedo terrible hacia la muerte.
("apología de la luz")
No hay comentarios:
Publicar un comentario