Caín y Abel
casi no hacía ruidos,
pero desaforadamente
su bestia comía de mi culo.
Un hombre silencioso en tiempos de guerra.
Y me abrí delicadamente
como un jacinto a la pisada del buey.
manos que fueron pañuelos para su frente,
mi espalda como un pan
y ojos que supieron cerrarse a tiempo.
dije este hombre es mi hermano
y lo quiero
porque somos igual de pobres
y estamos igual de hambrientos.
Trepado en mí
Este hambriento –dije– es mi hermano.
Le di agua de mi boca,
Trepado en mí,
—Habla de un incesto—contestó Él
cuando terminé la lectura.
—Sí —respondí con cierta resignación.
Rezo coral por la tamalera asesina
Señor: perdónala Tú,
perdona a la mujer que hizo tamales al marido.
A la mujer que no lloró
y, antes bien, se dobló de placer
al hundir los dedos en la masa
y la manteca.
Perdónala:
era sólo una golosa
y en todo caso, una arrebatada,
una delirante.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar su locura
cuando los tamales estaban buenísimos?
Perdónala:
no es poca cosa lograr delicia
de una carne embrutecida y vil.
No la juzgues a ella,
juzga su obra: la mezcla perfecta
de la carne del cerdo con la salsa dulce y picante del morita.
¡Perdónala! ¡Perdónala!
Retén su gesto de Verónica
cuando los periodistas llegaron
y le pidieron, para la foto,
que blandiera el cuchillo como una trágica.
¡Temblaba, Señor, temblaba
porque los olores la transían aún,
y ella iba abriéndose a las intuiciones de su lengua.
("poetas del grado cero")
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