miércoles, 20 de julio de 2016

Rubén Bonifaz Nuño (1923/2013 )

Del templo de su cuerpo

Viudas
1
Recuerda entonces, cuando enviudes
de mí, la cuna de presagios
venturosos que meciste; ajeno,
el bullicio inútil que acallaste
llegando, imprevista y esperada,
a la cita que jamás pactamos.

Abierta de buscas y preguntas,
poblada de intachables dádivas.

Y a mi ambición fuiste la fuente
en la sequía; la colmena
en las quiebras del peñón amargo;
sobre el escándalo, el silencio;
la flor incólume y viviente
que de los despojos muertos brota.

Cuando tu plástico linaje
de realidades consumadas,
evidencia fue de los arrumbable
que será ser ciego; y gusto y tacto
y sonido y olor, me hicieron,
múltiple, un sentido para asirte.


2
No conoceré tu casa nueva,
no quise conocer la antigua.
Sólo bajo el techo de un instante
entre las dos, quedó el espacio
que esperé seguro y compartible.

Al curioso afán de un huésped nuevo,
la puerta abrirá su bienvenida
dudosa. Temblarán sus pasos
entrando junto con los tuyos.

Yo no sabré del encalado
respaldo ciego a tus libreros.
Allí, tal vez, los libros míos
que nunca leerás, tendrán su sitio
sin esperanzas. Voz de ausentes.

Otro ha de sentir, en la cocina
alquímica, el arder del horno
donde transmutas los sabores
de harina y sal, en alma humana.

Yo, el excluido, el ignorado
perpetuamente de la alcoba,
no oleré tu cama destendida
y acaso un momento solitaria.

Un reloj de giros silenciados
se acompasa a tus palpitaciones
donde yo no estoy. Muy poco tiempo
dura el pesar de amor, que sólo
tiene que durar toda la vida.

No conocí tu casa antigua,
no conozco la nueva. Nunca
seré por ellas traicionado;
no supieron de mí. Yo, lejos;
también para ti desconocido.


("del templo de su cuerpo", fce, méxico, 1992)

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