La felicidad
Lo que estaba viviendo era sin duda felicidad, pero a veces le extrañaba que fuera un estado incómodo, complejo y, al fin y al cabo, poco agradable. Lo que más lo incomodaba era la intensidad de tal sentimiento: resultaba exagerado, forzado, como si tuviera que andar en frac y sombrero de copa todo el santo día, incluso entre semana. Comenzó a comprender que la felicidad no podía considerarse una propiedad privada que uno adquiere un día, como una herencia, y luego ya sólo tiene que cuidarla y evitar que se la roben o que pierda valor. La felicidad había que descubrirla cada media hora, cada minuto, se manifestaba de forma inpredecible, y en términos generales era más agotadora e irritante que agradable y tranquilizadora.
("la extraña", ed. salamandra, barcelona, 2010, trad. mária szijj y j.m. gonzález trevejo.)
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