En el cuarto donde colgué el grabado de dos
mujeres desnudas en una fuente, el agua empezó
a escurrir de las vigas del techo. Una nueva
fuente, diría un agnóstico; de hecho, era la
lluvia que caía, y pronto las ninfas se arrojaban
toallas una a la otra para secarse, aunque
las toallas estuvieran empapadas. Pero
el silencio era total en el cuarto, y lo que ellas gritaban,
porque el agua estaba fría, o porque
las toallas eran ásperas, sólo se oía
en mi cabeza. Era posible, claro, que
todo sucediera ahí; y que el agua que escurría del techo
fuera en realidad la luz que surgía de lo
profundo de mi memoria, donde las dos
mujeres desnudas se transformaban en cisnes
que salían del lago y abrían las alas. La pared
del cuarto, sin el grabado, se secó; y de las
vigas del techo surgió otra luz,
parecida a la que yo imaginaba, la misma que ahora
cae en el piso donde me puse a recogerla con
la escoba de la estrofa, para que no se pierda.
("periódico de poesía", trad, blanca luz pulido)
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