Las olas movían gelatinosamente sus piernas
Tenía que esperar la arena frotando sus pies.
Cada minuto era interminable.
No iba a soportar otro día más,
verla llegar a la misma hora de siempre,
aguantarme el ritual de la espuma en sus piernas.
Quince, veinte, sesenta minutos? Cuanto?
Pasé todo el verano adorando su pelo rizado,
sus ojos de monedas de un peso.
Dos brazos se acercan para abrazarla,
aunque dos nubes oscuras pasan
y bastan para escabullirse en la noche.
("marcelo leites.blogspot")
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