¿Adónde vamos, alma, cuerpo...?
¿Adónde vamos, alma, cuerpo,
siameses unidos por un tridente,
si un sol atizado con miradas
apenas nos sostiene?
Día vendrá en que a fuerza de cargar el cuerpo terrible de la
belleza,
los hombros del crepúsculo cedan.
Será el día en que los hijos nazcan a pocos minutos de los
padres
y con huesos muy endebles todavía
asuman sus puestos en las barricadas.
Bajo un rayo lento
o una estalagmita sin prisa por el cielo,
la despaciosa muerte nos oprime.
Y entre todos, el afanoso demente civilizado
descuella por su fervor al fuego negro:
todo lo investiga el minucioso infame,
se pierde en los intestinos de cristal del alambique,
busca la cuadratura del milagro,
a bordo de cabalgatas lunares se desplaza,
hurga entrañas de la constelación remota
y aún más allá:
donde ni baldosas de viento existen
ni existe el grueso blindaje de los conquistadores,
ni grutas que el silbo de una distante flecha desmorona.
Y mientras revientan sin explosivos los continentes
y una roja escarcha de jueves santo
hiere el muro tibio de las frentes,
tú, demente civilizado necesitas más:
blanquear nuestras venas con harina
que sólo a los gusanos embellece
y ver si en Marte son posibles nuestras tumbas.
Tal una procesión descontenta de difuntos
cambiando su definitiva muerte
por otra, en apariencia más profunda.
(texto extraído de Delante de la luz cantan los pájaros [Poesía 1953- 2000], FCE, col. Letras Mexicanas, México, 2000.)
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