domingo, 10 de julio de 2011

EL RACISMO IMBORRABLE, BRASIL

Nieta de esclavos, hija de lavandera y de un conductor de tranvía, Luislinda nació en un barrio periférico de Salvador de Bahía. Junto con sus hermanos, recuerda haber pasado mucho tiempo mariscando y lavando ropa para poder pagarse los estudios. “Por la mañana iba al colegio y por la tarde lavaba ropa. Yo quería ayudar a mi madre, y ella quería que estudiáramos”.

Aunque en Salvador de Bahía la mayoría de la población es negra o mestiza, en la escuela Luislinda destacaba por el color oscuro de su piel. Hacía más de 60 años que se había abolido la esclavitud en el país, pero la sociedad cambia lentamente. “Los niños negros no solían ir a la escuela porque no les daban el estímulo de hacerlo, así que en clase había poquitos como yo. Los otros niños se apartaban de nosotros, por negros y por pobres. Pero yo no me daba cuenta de la gravedad de la situación porque por entonces no se hablaba de racismo”.
Pero lo había. Un día, su maestro encargó a los alumnos que compraran material para estudiar geometría. Los enseres debían ser de plástico, pero el padre de Luislinda sólo pudo pagar unos fabricados con madera. “Cuando mi profesor lo vió, me dijo que si no podía traer el material que me pedía, que dejara de estudiar y me pusiera a cocinar feijoadas para las blancas, porque así sería más feliz”.
Ya han pasado 60 años desde ese día, pero Luislinda todavía llora cuando recuerda ese triste episodio. “¡Me sentí tan humillada!”, asegura. Salió corriendo del aula, y cuando se hubo recompuesto, regresó y le espetó a su maestro: “No voy a cocinar feijoadas. Estudiaré y seré jueza y cuando crezca, volveré para llevarte preso”.
Cumpliendo sus deseos, a los 39 años se licenció en derecho, y 3 años después se convirtió en la primera jueza negra de Brasil. Con la madurez de los años y la experiencia acumulada, se dio cuenta del racismo silente pero presente en su país, especialmente en Salvador de Bahía, y consecuente con sus principios y la Constitución, en 1993 se hizo famosa por dictar la primera sentencia del país por un delito de racismo, condenando una cadena de supermercados por acusar falsamente a una mujer de raza negra de robar en sus instalaciones. “La mayoría de jueces son blancos, y cuando hay un caso de racismo lo suelen pasar por el delito más blando. Por eso se necesitan más jueces negros”, asevera.
Debido a sus orígenes, Luislinda demuestra una gran vocación social y de servicio, dirigida especialmente a la población pobre, negra y de la periferia de Salvador de Bahia. “Un día regresé al barrio donde vivía y vi que todo continuaba igual, y que la gente no acudía a la justicia porque no tenían la ropa elegante que creían que debían ponerse para asistir a un juicio, o que no tenían dinero para pagarse un pasaje de autobús. Así que me dije, si ellos no vienen a mi, iré yo a ellos”.
Ideó varios proyetos para acercar el Tercer Poder a la ciudadanía, desplazándose barrio a barrio y a las escuelas. Incluso impartió justicia de forma itinerante. Ella y su oficina se instalaron en un autobús que recorría los lugares más alejados de la ciudad con el fin de resolver casos y otras cuestiones administrativas. “Allí hacíamos de todo, desde registros de nacimiento, hasta defunciones, porque como los tribunales quedan en el centro de la ciudad, la gente de la periferia no se acerca para hacerse los papeles. Además, muchos tienen miedo de la institución porque conocen amigos o parientes que están en la cárcel y temen que si van a un juzgado no van a volver a casa”.
Lo mismo hizo por vía marítima para incluir a las islas. Siguiendo el mismo estilo que por vía terrestre, realizaba entre 30 y 40 audiencias diarias, con juicios rápidos que a veces no se llegaban a celebrar. “Muchas veces me sentaba con las partes a hablar y resolvíamos el caso con una mediación, sin necesidad de abrir un contencioso”.
Luislinda ha recibido numerosos premios en Brasil por favorecer el acceso a la justicia y a la igualdad. Sin embargo, y a pesar del reconocimiento merecido, la institución a la que pertenece le ha puesto las cosas muy difíciles. “Después que en 2006 me dieran el Premio de Acceso a la Justicia, el presidente del Tribunal de Justicia de Bahia me llamó y me prohibió que continuara trabajando con la justicia itinerante. Y no me dió un motivo. Como salía mucho en los medios de comunicación, creo que tenía miedo que me volviera demasiado influyente”, se lamenta.
No fue ni la primera ni la última vez que cortaron las alas a su carrera profesional, pero la frustración, que todavía le enciende el corazón, no le sacó energía para continuar trabajando, en esta ocasión creando juzgados especiales para atender casos de violencia de género. Ella conocía bien este tipo de historias, puesto que a pesar de ser jueza, ha experimentado en sus propias carnes el acoso de un marido machista. “Me golpeaba bastante a menudo pero yo no quería divorciarme porque para mi padre habría sido un disgusto”. Finalmente se divorció cuando su padre murió, a los 103 años.
Su poder institucional no le privó durante 6 años de los golpes de su marido, ni tampoco de la discriminación por raza que asegura que todavía sufre por parte de la sociedad. Hace unos años, quiso comprarse una vivienda en una zona residencial de alto standing y cuando quiso visitar la zona con su hijo, los vigilantes les prohibieron el paso. “¡Los guardas de seguridad no nos dejaban pasar porque pensaban que queríamos atracarlos! Al final hablamos con el promotor immobiliario y pudimos visitar la finca, pero con dos policías armados en nuestro coche y otro vehículo policial siguiéndonos por detrás”.
Luislinda luce orgullosa una vestimenta multicolor y un peinado rastafari en honor a sus orígenes africanos, pero asegura que ello le continúa dificultando su carrera profesional. A pesar que el año pasado fue nombrada desembargadora sustituta del Tribunal de Justicia de Bahia, un cargo superior dentro del sistema judicial brasileño, 12 meses después le dieron la plaza definitiva a otra jueza, de raza blanca. “Me sentí muy humillada y despreciada porque yo tengo muchos más méritos y antigüedad que la otra mujer, pero no tengo padrinos. Sufro racismo institucional, un racismo que mata el alma y destruye el cuerpo”.
En un país donde la mitad de la población tiene la piel oscura, las mujeres negras sufren triple discriminación, por raza, clase y género. Son la cara de la pobreza, de los trabajos mal remunerados y de los embarazos no deseados durante la adolescencia. Y su grado de representación en los órganos de poder es prácticamente nulo. Luislinda, sin embargo, ha logrado ser una excepción y quiere convertirse en un ejemplo para las demás. Por eso lucha y reivindica su plaza de desembargadora. “Los negros no hemos nacido para ser marginales, para servir a los demás o para ser traficantes de droga. Los negros también tenemos inteligencia, somos competentes y podemos ser jueces, ministros o gobernadores”. Sin embargo, esta no es su meta final. “Mi sueño es convertirme en presidenta del país”.


(Los negros han nacido también para ministros, gobernadores, jueces como sueña Luislinda, aunque en el pasado han sido también santos, compositores, cantantes, actrices, hoy hay un presidente de aquel lado del río Bravo con una mujer de color y dos descendientes con la misma pigmentación. Sin negros no habría blues, jazz, ni una premio Nobel de Literatura, ni otro de la Paz. La madre Teresa de Calcuta habría muerto más joven sin un bebé de color a arrullar en brazos. Nota de Anna Viñas tomada del blog Ellas del diario El Mundo).

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