Nuestra misión era salvar a los pájaros,
salvar a aquellos pájaros atrapados en la nieve.
La mayoría los encontrábamos cerca de la playa,
protegidos por el negro mar.
Los pájaros también eran negros.
Los sacábamos de su escondite y los llevábamos
a casa metidos en los bolsillos.
Pájaros diminutos que apenas cabían en nuestras
pequeñas manos de niño.
Luego, los poníamos junto a la calefacción.
Pero los pájaros duraban muy poco.
En dos o tres horas morían.
Nosotros no entendíamos por qué,
no entendíamos porqué eran tan desagradecidos.
Y eso que les dábamos de comer migas de pan
mojadas en leche y les preparábamos la cama
con bufandas de colores.
En vano, se morían enseguida.
Nuestros padres, enfadados,
nos decían que no lleváramos más pájaros a casa,
que se morían por exceso de calor,
y que la naturaleza es sabia
y que llegaría otra vez la primavera
con sus pájaros.
Nosotros dudábamos por un momento,
quizás nuestros padres tendrán razón.
Sin embargo, al día siguiente volvíamos a la playa
una vez más, a salvar a los pájaros,
aún sabiendo que nuestro esfuerzo no tenía sentido,
que era tan inútil como aquellos copos de nieve que caían al mar.
Y los pájaros seguían muriendo,
los pájaros morían.
("la orilla de los pájaros", traducción del autor y ana arregui)
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