martes, 12 de noviembre de 2019

Dana Gioia (1950 )

Pentecostés


     Tras la muerte de nuestro hijo

Ni los sufrimientos de la tarde —que aguardan en la casa silenciosa—
ni la noche sin dormir traen alivio cuando el recuerdo
repite su acusación.

Tampoco el dolor matutino por la ilusión del sueño ni oración
alguna improvisada para un dios desconocido
pueden extinguir la llama.

No somos lo que fuimos. La muerte ha sido nuestro pentecostés,
y nuestra inocencia, consumida por estas implacables
lenguas de fuego.

Consuélame con piedras. Sacia mi sed con arena.
Te ofrezco esta mano cicatrizada por la culpa

hasta que otros remuevan nuestras cenizas.



Piedras de mar: una elegía



Amor, cómo el tiempo hace que brille la dureza.
Hay de todos colores, puros o desiguales:
basalto verde, jaspe ensangrentado, cuarzo,
granito y feldespato —hasta piezas de vidrio—,
pulidas por el paciente orfebre de las mareas.

Nacidas de volcanes, temblores y glaciares,
talladas y esculpidas por el viento y el calor,
veteadas, manchadas, brillantes en la espuma.
No hay dos que se parezcan. Hijas de tierra firme,
lanzadas por millones a una costa vacía.

Cuán pequeña la muerte en las rocas. Ligera,
como un hueso astillado que entrega la marea,
un destello entre conchas destruidas y abatidas
por las gaviotas, por la sal y el sol desteñidas:
la vajilla rota de las cosas vivas.

Los cormoranes planean por el callado golfo.
Desde el risco, un halcón me observa, indiferente
a los problemas que he cargado hasta aquí.
Es absurdo ir más lejos, entonces me detengo:
hueco como un madero, muerto como una piedra.



("periódico de poesía", traducción gustavo solórzano-alfaro)

No hay comentarios: