Heredar la tierra
VIII
Al recién nacido hay que darle
de inmediato
un nombre.
Al que ha salido
de la negra violencia del parto,
todavía húmedo
de no existir,
hay que nombrarlo,
para borrar de sus manos y
de su respiración
el susurro de otro océano,
para contener
el barro incierto
de su carne,
hay que conjurar
ese lugar del que ha venido,
la marea brutal
que lo ha abandonado
entre nosotros,
sobre esta tierra que
deberá caminar,
cuyo vientre espeso
está repleto de palabras
que nadie recuerda.
("otro páramo")
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