lunes, 5 de diciembre de 2016
Marianne Moore (1887/1972 )
En los días de color prismático
no en los días de Adán y Eva, sino cuando Adán
estaba solo; cuando no había humo y el color era
fino, no con el refinamiento
del arte primitivo, sino a causa
de su originalidad; sin nada que la modificara salvo la
niebla que subía, la oblicuidad era una varia-
ción de la perpendicular, simple de ver y
de explicar: ya no
lo es, ni tampoco la banda de incandescencia
azul-roja-amarilla, que era el color, conserva sus franjas; también es
una de
esas cosas en las que mucho de peculiar puede
leerse: la complejidad no es un crimen, pero llévenla
hasta el punto de lo
sombrío y nada es simple. Más aún,
la complejidad que se ha comprometido con la oscuridad, en vez de
reconocerse a sí misma
como la pestilencia que es, gira en torno
como para aturdirnos con la funesta
falacia de que la insistencia
es la medida del logro y de que toda
verdad debe ser oscura. Principalmente garganta, la sofisticación está
donde
siempre ha estado -en las antípodas de las grandes
verdades iniciales. "Una parte se arrastraba, otra parte
estaba a punto de arrastrarse, el resto
estaba aletargado en su cubil." En el avance espasmódico
de piernas cortas, en el gorgoteo y todas las trivialidades -tenemos
la clásica
multitud de pies. ¡Con qué propósito! La verdad no es Apolo
Belvedere, ni algo formal. La ola puede pasarle por encima si
quiere
Sepan que estará allí cuando dice:
"Estaré allí cuando la ola haya pasado".
("otra iglesia es imposible", trad. mirta rosenberg y hugo padeletti)
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