viernes, 23 de septiembre de 2016

Josep Carner (1884/1970 )

Proximidad de la muerte

II


No es que te plazca el gemido de vidas enlutadas,
¡oh dulce Señor de los palacios radiantes!
Nomás es que en vano agotaste
a tus mensajeros blandos.
Se puede huir de tu beso piadoso,
de tus reproches gentiles,
de tus bálsamos secretos,
de tu casta y divina melancolía,
de los tenebrosos círculos
de tu altar ceñido de testas en pleno recogimiento,
de tu sonrisa que iluminan sólo
las lámparas rojas de tus cinco heridas.
Mas hete aquí la Muerte. Es la última,
es la grosera, es la mensajera baja.
De su casa primaveral y transparente
vino el Príncipe al mundo, y detrás suyo
senescales, mayordomos, gente de lo más florido.
Ya sólo queda la Muerte, que es la encargada
del establo, la fe del descreído.
Pero como todavía tu voluntad la manda,
te ofrezco acción de gracias
por la Muerte terrible que hacia Ti tira
de nos en el silencio negro. ¡Demasiado
hemos cedido a otro imperativo placentero!
¡Hay en nuestro hartazgo el olvido de Ti
y parece que Tú te empañes en nuestra fiesta!
Se ha desperdigado el Ayer detrás de mí.
Y ya que no me llevaron a la gracia nueva
ni la noche oscura ni el día carmesí
ni los regalos del gozo y de la prueba,
no merezco, Señor, sino morir.
Mas, viéndome Tú ennegrecido por el vicio,
¿no me expulsarás de tu claridad?
Si he perdido mi anillo esponsalicio,
reconocerme, oh Señor, ¿cómo podrás?
Yo sé que me condenaría tu justicia.
Ah, ¿qué cosa mía mejor te implorará?
¡No el oído, pleno de avaricia
ni los ojos, que sólo miran para envidiar;
la frente no, labrada por un rencor sañudo,
y la boca menos, donde reluce el adulterio
sino la mano que en mi crimen ponía

delante de mis ojos, avergonzado de Ti!


(en muro fb de orlando guillén, traducción suya)

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