Me gustaba mi cueva
con su ventana mirando a una pared de ladrillos.
Al lado había un piano
y algunas noches al mes
venía un viejo rengo a tocar
“Mi cielo azul”.
Pero casi siempre había silencio.
Cada cuarto con su araña en sobretodo
cazando a su mosca con una red
de humo de cigarrillo y abstracción.
Tan oscuro
que no podía verme la cara en el espejo para afeitarme.
A las 5.00, arriba, un ruido de pies descalzos.
La “gitana” adivinadora
del local de la esquina
se levantaba a orinar después de una noche de amor.
Una vez, también, el llanto de un bebé.
Una vez, también, el llanto de un bebé.
Tan cerca que por un momento
creí que el que lloraba era yo.
(fuente: "el placard", versión: Sandra Toro)
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