Hablándole al dolor
Ah, dolor, no debiera darte el trato
de un perro vagabundo
que llega hasta la puerta trasera por si logra
un trozo de pan duro, un hueso mondo.
Debería confiar en ti.
Debería halagarte y conseguir
que pasaras adentro y ofrecerte
un rincón propio,
con una vieja alfombra para echarte
y tu propia escudilla.
Te piensas que no sé que llevas tiempo
instalado en mi porche.
Quieres que quede listo tu sitio genuino
antes de que sea invierno. Necesitas
tu nombre, tu collar, la chapa
de identificación. Y necesitas
el derecho a espantar a los intrusos,
a quedarte en mi casa y
sentirla como propia,
a mí como algo tuyo
y a ti
como mi propio perro.
(fuente: "la mirada del lobo", trad. de Cristina Gámez Fernández y Bern Dietz.)
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