Bésame otra vez forastero
Ahí está garabateada en el muro de su noche, con
sombrero de punto, tacos y cartera roja; sola y hambrienta teje su telaraña
azul lado a lado de esta calle de notarías y oficinas, a cinco cuadras de mi
barrio. Oscura y delicada saca un cigarrillo; la vieja no fuma, por eso no lo
prende, espera la figura del joven, que desde el fondo de la calle avanza al
ritmo elástico de las zapatillas, lo piensa mientras se acerca, olfatea el aire
roído de la noche buscando ese olor fresco, con los ojos semicerrados por el
deleite y el alquitrán de sus pestañas, se pasa la lengua por el descolorido
bigote y sueña y pasa borrosa por su entelado cerebro la historia imprecisa de
sus quince años. Es la vieja, la madonna con enaguas de franela esperando a los
corceles que vengan a comer de su mano; guachito venga les susurra, ya pues
mijito les grita, oye cabro cómo tenís el pajarito. Así vocifera la
nonagenaria, bien sujeta en las piernas enclenques; venga un ratito mijo, está
muy vieja señora, aquí detrasito escóndase conmigo, está muy oscuro señora,
siéntese aquí mijo lindo a verse la suerte con esta pobre vieja, aquí en esta
escalera helada y sáquese la pichulita, no le tenga miedo a esta anciana
leprosa, a este ángel azul, la dulce compañía de los liceanos vírgenes, que llegan
solitarios a ofrecerme la fina piel de su sexo; aquí está la abuela milagrosa,
que acaricia con su garra de seda el pálpito de la sangre en los prepucios, la
vieja de guardia, niñera impúdica lamiendo los penes infantiles, la gallina que
empolla quinceañeros, que los arrastra a su cueva de sábanas con mentholatum,
hasta la fauce de su útero desdentado; bésame repite acezando, bésame por
favor, mi muchacho, mi niño hermoso, que veo alejarse por las membranas rotas
de mis cuencas, de mis ojos que te persiguen mientras cruzas la calle, que se
rebalsan de agua ligosa y la enorme lágrima la despierta y por un momento mueve
la boca sin sonido, baja el escalón, guachito no se vaya, mijito venga, taconea
unos acrobáticos pasos y lo pierde en la carrera alérgica del muchacho al
doblar la esquina. Entonces vuelve cansada a su peldaño y mira con ojos de agua
turbia, tratando de buscar el sol en su tremenda noche. Es la misma señora que
riega cardenales en el piso de enfrente, sólo diez metros de aire separan mi
ventana de la suya. Durante el día, enmarcada en el alfeizar, teje y espera
paciente que el sol se ponga de luto, va hilando los últimos destellos que
enreda en su cabeza blanca para verse más hermosa. Escucho oculto en la sombra
el "Para Elisa" de su caja de música, me llega distorsionado por los
años el timbre de su voz lunática, puedo ver, con los ojos cerrados, el espejo
y su cara blanca en la luna dorada de azogue; canta y ríe, se mancha la boca de
crayón, se da vueltas lentamente, entonces tengo miedo, miedo de abrir los
ojos, miedo de asomarme a la ventana,miedo que me mire, miedo que sus ojos de
gallina enferma, rodando calle abajo, alcancen al niño que huye en bicicleta,
que desaparece en la perspectiva ruinosa del barrio, porque tuvo asco y al
mismo tiempo deseos de subir la escalera de enfrente, de ver de cerca el ojo
sumergido que le guiñaba la vieja, quiere ir lejos sobre los pedales porque
llegó a tocar la manilla de bronce y se introdujo en la pieza fresca de
aspidistras y cortinas de hilo, subió hace un rato la escalera, sucumbiendo al
deseo del ojo desvelado llamándolo desde el balconcito, ella le mostró la
pierna, bajándose la media de lana entre los cardenales, hizo revolotear sus
manos incoloras en el aire indicándole que cruzara; y ya es muy tarde para que
el jugoso muchacho se arrepienta, porque descubrió en el baño su pelaje
genital, entonces el balconcito es un desafío, y el ojo de la vieja, que cuelga
en mitad de la noche, lo hace perder la cabeza; y va y viene, entrando y
saliendo de la ventana -¿Qué le pasa que no se sienta?- Es la edad del pavo
mujer, no te fijas que pegó el estirón de pronto-. Poca más y se nos casa, poco
más un poquito más le pide la vieja y él acepta y se baja los pantalones y le
dice toma vieja, cómetelo, mámatelo, así sin dientes, boquita de guagua,
mamita, sigue no más, vieja de mierda, así suavecito, más rápido, cuidado que
viene, viene un río espeso a inundarte la pieza, una corriente de cloro que me
baja del cerebro, borrándome la imagen del espejo, donde la vieja ternera hunde
su cabeza entre mis piernas y se aprovecha de ese momento para besarme, clava
su lengua con rabia en mi boca y en el paladar me deja, por muchos años, el
gusto rancio del pasado.
Al paso de los años, se fue juntando el tiempo que dejó la calle desierta; neblinosa, como una película sin argumento, y calendarios gastados por la obsesión del mancebo, el otoño y sus tacos pisando hojas, aguas nubosas y veredas calientes, retumbando en mis oídos su taconeo suelto en el baile de la amanecida. El barrio se hizo viejo y ella observó con sus redomas de suero la sucesión de todas las generaciones; de la abuela muerta al padre anciano, también muerto, al nieto adulto padre de otros niños, también crecidos al ritmo lúgubre de los años, el fatigoso descenso de los ataúdes por las escaleras, tan estrechas, que debían bajar con sogas desde las ventanas, los llantos a medianoche, el gangoso ronquido de los viejos, en fin todos los ocasos fueron presididos desde su ventana; desde aquel tiempo hasta aquí, hablando con temor ahora, porque estoy hablando de mí, rodeado de cruces, en este sillón frente a la ventana, abandonado de todo lo que fui, solamente me da ánimo saber que pronto escucharé su caminar por la calle, porque así regresa todavía; la veo claramente azul rengueando la madrugada, con un resabio a semen en la boca, borrosmente azul cruza el pórtico del edificio y se hunde en el hueco de la escalera, adivino su olor a trapos sucios, la veo abrir cansada la puerta y sentarse en la banqueta tapizada de felpa, la diviso demente meciéndose en la medialuna del espejo, sacándose el sombrero de punto, batiendo el cabello cano y transparente, como una medusa loca, estacionaria en su vicio. Aún ahora, que hace mucho el balcón permanece cerrado, a los geranios lacres se los fue comiendo el polvo, una tarde fue la última vez que se escuchó su taconeo imparejo camino a la esquina, su pollera de herbario se cerró para siempre en un secreto, mucho hace que su sombra de lagarto no se enrosca en el pilar de la esquina; hace mucho del último recuerdo...
..... Solamente yo tuve conciencia de la resurrección de su cara en mi espejo, el dorado espejo de azogue que rescaté de los despojos cuando la vieja fue sacada sólida y putrefacta, tres meses después de su muerte.
Al paso de los años, se fue juntando el tiempo que dejó la calle desierta; neblinosa, como una película sin argumento, y calendarios gastados por la obsesión del mancebo, el otoño y sus tacos pisando hojas, aguas nubosas y veredas calientes, retumbando en mis oídos su taconeo suelto en el baile de la amanecida. El barrio se hizo viejo y ella observó con sus redomas de suero la sucesión de todas las generaciones; de la abuela muerta al padre anciano, también muerto, al nieto adulto padre de otros niños, también crecidos al ritmo lúgubre de los años, el fatigoso descenso de los ataúdes por las escaleras, tan estrechas, que debían bajar con sogas desde las ventanas, los llantos a medianoche, el gangoso ronquido de los viejos, en fin todos los ocasos fueron presididos desde su ventana; desde aquel tiempo hasta aquí, hablando con temor ahora, porque estoy hablando de mí, rodeado de cruces, en este sillón frente a la ventana, abandonado de todo lo que fui, solamente me da ánimo saber que pronto escucharé su caminar por la calle, porque así regresa todavía; la veo claramente azul rengueando la madrugada, con un resabio a semen en la boca, borrosmente azul cruza el pórtico del edificio y se hunde en el hueco de la escalera, adivino su olor a trapos sucios, la veo abrir cansada la puerta y sentarse en la banqueta tapizada de felpa, la diviso demente meciéndose en la medialuna del espejo, sacándose el sombrero de punto, batiendo el cabello cano y transparente, como una medusa loca, estacionaria en su vicio. Aún ahora, que hace mucho el balcón permanece cerrado, a los geranios lacres se los fue comiendo el polvo, una tarde fue la última vez que se escuchó su taconeo imparejo camino a la esquina, su pollera de herbario se cerró para siempre en un secreto, mucho hace que su sombra de lagarto no se enrosca en el pilar de la esquina; hace mucho del último recuerdo...
..... Solamente yo tuve conciencia de la resurrección de su cara en mi espejo, el dorado espejo de azogue que rescaté de los despojos cuando la vieja fue sacada sólida y putrefacta, tres meses después de su muerte.
(texto tomado del sitio "proyecto patrimonio")
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