Nocturno a Elena
Usaba zapatillas doradas para protegerse del frío abismal de la sabana en los últimos años de un siglo que murió sin respiro era a su manera valiente como un sueño perdido entre usureros y tenía dos hijas que dormían como alondras nocturnas y correteaban como alondras despiertas
por los cuartos estrechos donde las tres cabían sin estorbo
y hasta quedaba espacio para beber un vino o fumar largamente mientras hacía guiño alguna estrella.
Despedida de los vendavales marinos
declamaba un poema de Neruda en el que un ancla jubilada
cruzaba la luz de Antofagasta
(decía haberlo conocido por mí y la verdad
he olvidado las anclas y Neruda se ha muerto).
Esta Elena nunca llegó a Troya, tal como aquel demiurgo lo constata
y por lo tanto todo fue una nube: las rabietas de Menelao
y hasta el regreso a Itaca.
Elena quedó entre sus alondras
sin importarle un higo el diente del invierno
ni la amenaza de los devoradores de caballos.
("no me quites paz")
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