Cómo escribí Pedro Páramo
Nunca me han gustado las playas, salvo una
que me hicieron a la medida, con botones de hueso
y un pingüino muerto al que picar con un palo:
¿Estás muerto? —Oh, sí, y quiero más.
Había un ex lobero, un doble de Melville,
que hablaba de las olas, de su continuidad,
y luego se estrujaba un limón en los ojos
para tenerlos más azules que un domingo
porque quién sabe, porque tal vez, porque a la vuelta
de la esquina. Como el pingüino, exactamente.
Entonces mi madre descorría las cortinas
de un solo golpe, chasquido de metal contra metal,
para anunciar que la cuarentena había terminado:
Nos vamos al mar, enano. Y partíamos, al fin,
a la playa que quiero por sobre todas las cosas.
("pájaros lanzallamas")
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