lunes, 28 de agosto de 2017

Donizete Galvao (1955/2014 )

El pozo


1

El pozo no es un hoyo con agua a cielo abierto,

sino cristal líquido, clavado en el lodo gris.



Cada día el pozo es uno y se transforma en otro:

a costa de tanto uso, cada mañana más nuevo.



Siempre otro es el baile de los círculos hasta el borde,

que poca piedra basta para infinitos movimientos.



La primera agua del pozo no sirve para el cántaro,

pues siempre tiene cisco, insectos o una capa de herrumbre.



Sin embargo, el fondo del pozo tiene bellezas de parto:

la mina lanza brotes de agua e insufla arena fina.



Si por la noche llueve, el pozo se enturbia como quien muere.

No amanece espejo y sí hoyo con agua sucia.



2

Beber agua del pozo, directamente, sin jarra, exige maña,

pues el cuenco de la mano no basta para quien tiene sed.



Un modo elegante de hacerle reverencia al pozo

es tirar el sombrero y sumergirlo, ahora transformado en vaso.



El sudor puede dar gusto a sal al agua dulce del sombrero,

pero lo que refresca la garganta, también la cabeza enfría.



Otro modo, es cuando hay cerca hojas de ñame.

El agua se desliza en el verde con su película de plata.



Y las gotas, en la cuerda floja, como acuáticas bailarinas,

bailan tan puras, que la gente siente pena de beberlas.



Otro modo más, es como se lanza el papa de cuerpo entero:

la boca besa el agua y, desde el fondo, otro ojo nos divisa.



Mientras engulle el agua, las costillas rozan el suelo.


No se sabe si el latir es de ella, tierra, o de él, corazón.


("vallejo y co., trad. joan navarro)

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