domingo, 19 de abril de 2015

CABALLOS DESBOCADOS

                             Uriel Martínez

Preámbulo.
En alguna obra de algún cronista de Indias se afirma que cuando los aborígenes vieron al español montado sobre un caballo, supusieron que uno y otro eran un solo cuerpo. Pero no se sabe, yo al menos, si de esa observación surja la imagen del Centauro, presente en la historia de México con la figura del legendario Pancho Villa. En todo caso la estampa del Minotauro procede de otra vertiente, Grecia, que más tarde desembocará en los dibujos eróticos de Picasso. En cualquier caso, la presencia del caballo proviene de muy lejos, animal martirizado que un día le provocará la locura y la muerte por piedad a Nietszche. Hasta que llegamos a la literatura del siglo XX. Aquí unos botones de muestra  arbitraria.


1.
En las antiguas teogonías, órficas o persas, el visitante es el muerto. El espíritu de la visita está íntimamente entrelazado con la ausencia, por la muerte de algún familiar. Ahora bien, el que llega no es el esperado, sino el caballo que con sus cascos toca a la puerta. Ambas cosas son imposibles, pero su simple potencialidad en la imagen basta para crearle su gravitación. Esperábamos al muerto, que desde luego no vendrá, pero el caballo comienza a golpear la puerta con sus cascos, cosa que tampoco sucederá, pero en ambas inexistencias es posible crear la realidad del terror del caballo como mensajero o trasladador de las dos esferas.

 (José Lezama Lima, Tratados en La Habana.)

2.
Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan

por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje

que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando

muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra

el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata

de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas

por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase

de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres

arman expediciones para darme caza armados con perros policías

y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan

y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada

por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.

( Jorge Pimentel, Balada para un caballo, fragmento)

3.
Al contemplar a Patroclo asesinado/ -tan valeroso, fuerte y joven-/ los caballos de Aquiles empezaron a llorar:/ su naturaleza inmortal se estremeció/ ante la obra de la muerte que veían./ Cimbreaban la cabeza, agitaban las largas crines/ y hacían remecer la tierra con sus cascos;/ se lamentaban por Patroclo/ al verlo inerte -aniquilado-/ tan solo su cruel despojo -su espíritu perdido-/ indefenso -ya sin hálito-/ fundirse en la Gran Nada, arrancado de la vida.

(Constantino Cavafis, Los caballos de Aquiles, fragmento)

4.
Sólo brinqué el lienzo de piedra que últimamente mandó poner mi padre. Hice que el Colorado lo brincara para no ir a dar ese rodeo tan largo que hay que hacer ahora para encontrar el camino. Sé que lo brinqué y después seguí corriendo; pero, como te digo, no había más que humo y humo y humo.

(Juan Rulfo, Pedro Páramo)

5.
Reconocí a los equinos,
uno de ellos tenía voz humana y profética.
El héroe tomó las bridas,
hincó las espuelas y lanzó hacia adelante
su juventud divina.

Corceles sagrados, el destino
los hizo indestructibles
al poner en su frentes negrísimas
-para conjurar miradas sacrílegas-
como talismán
un enorme y purísimo lucero.

(Anghelos Sikelianós, Los caballos de Aquiles, fragmento. )


6.
¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido,
malherido,
inmóvil,
en silencio,
hincado ante la tarde,
ante lo inevitable,
las venas adheridas
al espanto,
al asfalto,
con sus crenchas caídas,
con sus ojos de santo,
todo, todo desnudo,
casi azul, de tan blanco.

Hablaban de un caballo.
Yo creo que era un ángel.

(Oliverio Girondo, Aparición urbana)


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