XXI
(Cadáveres para Néstor Perlongher)
Hay cadáveres con y sin rostro, con y sin
miembros, con y sin ataúd, y aunque dicen reconocerse
como iguales, no han logrado resolver aún sus rencillas,
formar una república independiente de ultratumba,
ni tan siquiera sindicalizarse.
Hay cadáveres que cavan túneles para escapar
hacia el otro lado del planeta, hacia
una nueva vida –o al menos una muerte más prometedora.
Hay cadáveres que sólo pueden caminar
de espaldas, con pasos tímidos, como quien
se pone tacones por primera vez.
Hay cadáveres que, orgullosos, siguen votando en
sus países de origen; algunos incluso han llegado
a vestir la banda presidencial.
Hay cadáveres que fueron lanzados al mar
para que sólo el agua recordara sus nombres
(pero no fue así).
Hay cadáveres que padecen de anorexia
porque nadie habla de ellos.
Hay cadáveres que insisten en grabar sus rostros
sobre paredes, cortezas de árboles,
sudarios: selfies milagrosos.
Hay cadáveres que pactan con los gusanos
que los devoran; con ellos fundan una nación
subterránea, un pequeño país en descomposición.
Hay cadáveres que dejaron sus retratos
en palacios, ministerios y cuarteles, creyendo
que podrían espiarnos desde ellos
(pero no fue así).
Hay cadáveres que llegaron puntuales
al olvido, pero impuntuales a la muerte.
Hay cadáveres que están a punto de ser echados
del panteón nacional –hace décadas que no pagan
con hazañas la renta.
Hay cadáveres que por nada del mundo se quitan
el uniforme, las insignias, las
medallas, convencidos de una inminente
resurrección de la carne (pero no es así).
Hay cadáveres que regresan porque la inmortalidad
que imaginamos para ellos está mal amoblada, las
lámparas no encienden y siempre se cae la señal del wi-fi.
Hay cadáveres que no pueden hablar de estadísticas,
números, desapariciones, porque se les traba
la lengua. Aún esperan la oportunidad
de testificar contra los vivos.
("crítica")
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