domingo, 9 de marzo de 2014

Ana María Moix y la literatura tangencial

Formaban una pareja encantadora. Ella, Ana María, y su hermano, Terenci Moix. Por supuesto para el hombre fue mucho más fácil que para ella. Por un lado, Terenci expresaba sus preferencias sexuales por los hombres a través de su amaneramiento explosivo, de la literatura de chismes de estrellas, de su devoción por el imaginario de Egipto y por el cine peplum, por el melodrama y por Hollywood, por las divas (¡Marilyn!), Marlon Brando, Paul Newman y James Dean.
Por el otro lado, Ana María, conocida y querida por todos como “la nena”, más silenciosa, expresaba el amor de las mujeres a través de su aspecto varonil, de sus novelas y de sus poesías que abordan el tema de la diversidad sexual o la amistad íntima entre mujeres pero de manera soslayada. No fue una autora explícitamente lesbiana, pero en su primera novela, Julia (1970), que lleva una dedicatoria a Esther Tusquets, describe una relación muy intensa entre la protagonista y Eva, una profesora de literatura en la universidad. Eva representa para Julia el modelo intelectual, la madre, la amiga y la amante, todo a la vez y nada en concreto. De esa manera construyó una imagen compleja de relaciones entre mujeres, sin recurrir a las categorías y volviéndose especialmente subversiva y cuestionadora. Eran tiempos de Franco vivo y censurando, y esta novela que hoy parece ingenua, decía lo indecible y abría una tranquera literaria. Algo debió resultar sospechoso a los tachadores, que realizó a la novela un total de cuarenta y cinco cortes. En Julia aparece un personaje homosexual, Ernesto, hermano de la protagonista y evidentemente inspirado en Terenci Moix. Julia sentó las bases para que años después aparecieran novelas claramente lésbicas, como fue El mismo mar de todos los veranos, de Esther Tusquets, en 1978. Más tarde, como editora, fue fundamental en la circulación de textos de otras poetas y autores que presentaban una sexualidad disidente en sus trabajos.
La homosexualidad como motivo simbólico que da un sentido a la existencia aparece en otras de sus novelas, como Walter, ¿por qué te fuiste? (1974). Y en 1985 en el cuento “Las virtudes peligrosas”, el amor entre dos mujeres se manifiesta en términos de lo posible. Lo único que llegan a compartir las dos amantes son sus miradas y unos lazos.
Si bien se declaró públicamente lesbiana en 1997, su aporte tuvo que ver más con sus estrategias para vivir y narrar el amor entre las mujeres a través de la elipsis, los silencios y las ausencias. Por ello, quizás, en sus funerales sonó la emblemática canción de gays y lesbianas generalmente interpretada por Concha Piquer, “La niña de la estación”, que refiere a una mujer que espera a su amante en la estación, que finalmente vive su amor solamente por tres días y que sigue cantando a gritos y a silencios su pasión hasta el final.


(fuente: "soy", Página/12, autor: Adrián Melo)

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