domingo, 23 de diciembre de 2018

Clyo Mendoza (1993 )

Perro negro mira oculto una catástrofe



Escuché de los hombres que los que mueren sin paz no mueren. Los escuché decir que a veces ni siquiera basta el deseo de morir para que se muera rotundamente. Cuentan historias de gente que todavía muerta recuerda lo que amaba, lo que impulsaba sus puños o la tripa; entonces, dicen, aletean en la matriz de la muerte, contra su pared espesa.

Otros animales dicen que los difuntos sueñan la vida en la muerte, dicen que hablan, que  gritan, que los escuchamos. Que su voz es como la vibración del miocardio. Su voz es un llamado gris y nada registra sus peticiones: el tiempo no reconoce la voz de esos muertos. Parecen estar condenados al mutismo en la historia del mundo, pero logran que algunas noches huelan a su sangre. Porque, dicen, la sangre de los muertos sin paz sigue oliendo y los salvajes que fuimos se despiertan. Creo que esos son los días llenos de ansia: se vuelca el rojo, la gente mata, la gente muere, los perros nos aventamos a las piernas de los corredores, los niños lloran y la violencia atraviesa con la fuerza de su hierro todas las cortezas.

Los perros y los hombres somos bestias, y esos días la estela del animal que siguen siendo, esa vena dura encallada en el silencio, vuelve a palpitar. Entonces los vivos quedamos expuestos, destrozados.

Yo, Perro, que no lloro ni canto, sólo pienso: el amor es la verdadera resistencia, pero está presto siempre a la avería. Yo, que soy sólo un perro y miro desde aquí a las aves, a los árboles,  las madres, los niños y a otros muertos, sólo sé que compartiré lo que hay entre el cielo y la tierra, compartiré con ellos mi tumba.


("periódico de poesía")

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