Mar de fondo
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Finalmente se lanzó la convocatoria en las redes sociales: era una invitación a los escritores nacidos en el pueblo, residentes en el país y fuera de éste. Una convocatoria para concursar con obra en prosa, ya novela, ya testimonio. No había límite de edad ni de lugar de residencia; la única condición era presentarla en español. El premio único y no compartido de 25 mil dólares en efectivo.
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La convocatoria apareció simultáneamente en el Facebook de los organizadores, los clubes de paisanos residentes dentro y fuera del país. Apareció no con un mapa del Estado de fondo -se evitó que luciera como un suceso "oficial"- sino con el perfil del águila real con las alas desplegadas. Se emitió en noviembre.
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Para fines de enero había llegado una decena de obras en igual número de paquetes. El plazo para la recepción se cerraba en abril, esto es, el compás se había abierto por seis meses, en consideración a que era la primera convocatoria en su tipo y de corte internacional.
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Aunque el uno de mayo ya había expirado el plazo, se decidió ensanchar la espera por dos semanas ante la posibilidad del arribo de obras depositadas en el correo a última hora. No pasó nada, ningún servicio de mensajería dio señales de vida.
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Éramos tres los integrantes del jurado, entre quienes se repartieron los doce manuscritos que registró el notario. La metodología propuesta fue que cada uno se ocuparía de cuatro originales: de uno mismo dependía si leía cada propuesta completa -hubo manuscritos de más de 400 páginas--, o sólo una parte; la calidad del original daría la pauta para leerla totalmente o suspenderla a las cien o más páginas.
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Todavía no terminaba mayo cuando leí de un tirón la obra que yo consideraba sería la ganadora. El original me quemaba las manos, latía en la mesa de noche como un corazón recién extirpado. Era un thriller sicológico. Era la primera de las cuatro obras que leía completa. Ignoraba si el autor (a) era primerizo o si el libro enviado a concurso formaba parte de un tríptico o un mosaico de gran aliento; de una saga.
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El protagonista era el típico antihéroe, el tipo criado en la calle de padres desconocidos, el prófugo de reformatorios, de los centros penitenciarios para chicos sin hogar, el que a los dieciséis se inyecta por vía intravenosa; el líder natural que encabeza motines desde siempre.. Empecé a imaginarlo a retazos y en distintas circunstancias: en un asalto bancario, en un descarrilamiento de trenes, ante una autoridad de cualquier tipo, en un museo, en una catedral. Creo que me empezaba a enamorar de este muchacho. La fecha del fallo estaba en puerta.
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Para semblantear el terreno, decidí invitar a casa a los otros miembros del jurado una semana antes de vencido el plazo. Les ofrecí café, bocadillos y un trago. Era una tarde soleada. Pronto me percaté que llegaban con las pilas bajas. Era un punto a mi favor, a mi carácter optimista. Uno de ellos, profesor universitario de literatura, propuso declarar desierto el premio; y duplicarlo para el siguiente concurso, a celebrarse cada dos años. Pero sentaría un mal precedente y levantaría sospechas, le dije, era el primero que se organizaba. La otra integrante, la directora de nuestra escuela, le había dedicado poca atención a los cuatro manuscritos turnados con tiempo. Alegó que en casa atiende a un enfermo crónico, su padre. Ella nos propuso ampliar el plazo del fallo, con la promesa de ponerse al corriente. Me tocó mi turno, les hablé de la novela con vehemencia; sin confesarlo les hablé de la obra ganadora.
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Sin avisarle a nadie, fui a hablar con el notario: lo convencí de abrir las plicas de identificación; ahí estaban los datos del autor de Mar de fondo. Vivía en Arizona, tenía 38 años, era un preso del orden federal; era natural de La Enramada, un pueblo fantasma como hay tantos en Dogville; dos veces divorciado y sin hijos. Estaba emplazado a inyección letal por tráfico de indocumentados, entre otros delitos.
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Corrí a buscar más datos en Google. En un diario de Los Ángeles leí que desde chico sumó ingresos a correccionales en el país vecino; que a una edad temprana viajó y llegó solo al norte. Había sido ejecutado el pasado diciembre, después de cerrada la convocatoria; apenas había alcanzado a enviar su novela, quizá había encomendado el encargo a alguien desde la misma prisión: un paisano, una enfermera, un predicador o una trabajadora social. Sentí que el mundo se derrumbaba.
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Cuando me repuse de la impresión, sentí el compromiso de publicarla. Nadie más que yo tenía copia de la obra inédita y póstuma; sólo yo sabía el valor del manuscrito; sólo a mí me interesaba la literatura. Mis colegas eran el modelo del burócrata que trabaja por un salario, por acumular puntos curriculares antes de su jubilación. Les propondría invertir el monto del premio en la edición de lujo de Mar de fondo, mi primera novela.
[inédito]
1 comentario:
Excelente trabajo,felicidades maestro. Saludos
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