viernes, 14 de octubre de 2016

Efraín Barquero (1931 )

El primer poema


El primer poema fue una mano abriéndose a la luz
con el estremecimiento de una serpiente al reptar
de un rayo al cruzarnos el rostro.

El primer poema fue escrito de una sola manotada
y el hombre de una mano fue estampado en la piedra
con esa herramienta de minero sin casco.

El primer poema fue una mano estampada en el muro
la palma de una mano
unos dedos abiertos
aguardando el amanecer
la sombra de otro hombre
unas líneas escritas con los ojos cerrados
con el sueño más terrible o más dulce.

Y es mi mano cuando la mido con la suya
haciéndola más grande que el cuerpo de un hombre
que el cuerpo de un bisonte.
Cuando la asumo haciendo retroceder las tinieblas.

No te escucho, te veo
eres una sola palabra carnal como un hombre
eres una sola imagen palpitante
reflejada en un grano de cuarzo
donde no estás tú ni yo
sino el mundo surgiendo de la oscuridad.

No puedo pensar en ti sino al verme a mí mismo
al ver brotar mis manos en el amanecer
y preguntarme a qué pertenecen, a qué se asemejan
a qué raíz de árbol, a qué arma sagrada
a qué querella del origen, a qué unidad perdida.

El hombre se levantó y dijo algo
qué dijo
dijo algo que resonó muy lejos
y él miró en esa dirección un largo rato
qué dijo
con un suspiro ahogado con que se dicen todas las cosas
con una sonrisa con que se descubre todo lo oculto.
Porque en ese corto soplo estaba todo el hombre
que nunca estuvo en parte alguna.

Háblame
y la tierra habló al mezclarse con el agua.

Ámame
y muda la mujer se hizo amar.

Canta tú
y cantó el pez convirtiéndose en pájaro.

Llora dijo el llanto
ríe dijo la risa mordiendo una manzana escarlata.

Y los labios del hombre se abrieron
como si alguien lo llamara y no pudiera responder.
Pero todo calló al animarse su cara.
Y el silencio de la creación cupo en su boca.

Cuando aún no existía el hombre
existía un nudo en el viento
y una vaga exclamación en el espacio.
Todo era demasiado grande y tenebroso
para que existiera una sola gota a punto de caer
y dos árboles unidos por una telaraña.
Existía el tiempo sin término
pero no el hilo roto
con que tejen los pájaros su paso de la luz a la sombra.
Cada día despuntaba sin el recuerdo de la víspera.
Y el primer animal nació y murió sin salir a buscar su presa.
La tierra era como un sepulcro vacío.
La lluvia caía sobre toda la vastedad
sin distinguir una hoja de otra.

El hombre apareció
al mismo tiempo que su lámpara.
El fuego, antes de verlo arder.

El hombre midió primero el arco
midió primero el grano
y después lo que se esfuma.
Alimentó su lámpara con su doble soplo
y después con su conjuro.

Nadie recuerda ese paso que damos hacia el fuego
ese paso tan largo que borra todos los otros.
Y estalla su cáscara adentro del árbol
adentro del fuego
como una flor de piedra.

Nombrado seas tú, nombrado sea yo
porque nombrados volvemos a ser el mismo hombre.
Y somos otra vez ese puñado de ceniza
arrojado hacia arriba
buscando la ceguera deslumbrante o la ceguera ciega
esas dos llamaradas del fuego del hombre.

Haz la máscara, dijo un hombre muy viejo
palpando largamente mis manos con sus manos frías.
Hazla para que me veas un día con mis propios ojos.

La máscara fue hecha
para mirar como un halcón adentro de su presa
y en dos se partió al enterrar la primera lanza
con un grito nunca oído hasta entonces.
Aún sentimos su mirada en nuestro cuello desnudo con un escalosfrío.
Aún nos muerde la mano cuando nos adueñamos de una vida.
Sus ojos chupan como las plantas la luz y la sombra.
Nunca está sola de ella misma
y vacía es como un cráneo mondo.
La máscara fue hecha para mirar adentro de los otros
adentro de la muerte.
Pero yo la arranqué
para ver el verdadero rostro del hombre.
Y al hacerlo se iluminaron los muros
con un destello de lámpara o de copa de piedra.



La tierra era como un sepulcro vacío.
La lluvia caía sobre toda la vastedad
sin distinguir una hoja de otra.

El hombre apareció
al mismo tiempo que su lámpara.
El fuego, antes de verlo arder.

El hombre midió primero el arco
midió primero el grano
y después lo que se esfuma.
Alimentó su lámpara con su doble soplo
y después con su conjuro.

Nadie recuerda ese paso que damos hacia el fuego
ese paso tan largo que borra todos los otros.
Y estalla su cáscara adentro del árbol
adentro del fuego
como una flor de piedra.

Nombrado seas tú, nombrado sea yo
porque nombrados volvemos a ser el mismo hombre.
Y somos otra vez ese puñado de ceniza
arrojado hacia arriba
buscando la ceguera deslumbrante o la ceguera ciega
esas dos llamaradas del fuego del hombre.

Haz la máscara, dijo un hombre muy viejo
palpando largamente mis manos con sus manos frías.
Hazla para que me veas un día con mis propios ojos.



La máscara fue hecha
para mirar como un halcón adentro de su presa
y en dos se partió al enterrar la primera lanza
con un grito nunca oído hasta entonces.
Aún sentimos su mirada en nuestro cuello desnudo con un escalosfrío.
Aún nos muerde la mano cuando nos adueñamos de una vida.
Sus ojos chupan como las plantas la luz y la sombra.
Nunca está sola de ella misma
y vacía es como un cráneo mondo.
La máscara fue hecha para mirar adentro de los otros
adentro de la muerte.
Pero yo la arranqué
para ver el verdadero rostro del hombre.
Y al hacerlo se iluminaron los muros

con un destello de lámpara o de copa de piedra.


(www.efrainbarquero.com)

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